Génesis de la comunidad silente de México: la Escuela Nacional de Sordomudos (1867 a 1886)

GiorgioJullianPor Christian Giorgio Jullian Montañés,

Ciudad de México, 2001.

Sección: Tesis, tesis de pregrado.

 

 Introducción:

Entre los grandes problemas y desafíos que enfrentan las comunidades silentes[1] de todo el mundo podemos señalar como fundamental el hecho de que prácticamente ninguna[2] posee, hasta el momento, información historiográfica suficiente para sustentar las demandas sociales encaminadas a solucionar hasta sus necesidades más elementales, sea como individuos o como colectividades, situación que evidentemente actua en detrimento de su bienestar actual.

Sin embargo, es importante reconocer que la carencia se halla en el plano historiográfico y no en la historia propiamente dicha. Es decir, en la medida que prestemos atención a los diversos indicios del pasado, podremos ir reconstruyendo, poco a poco, la historia de quiénes eran, cómo eran vistos, a qué se dedicaban, de qué forma se comunicaban, a qué instituciones dieron origen, tanto los oyentes que trabajaban a su favor como los mismos sordos en un período posterior, y qué personajes del pasado tuvieron contacto con ellos, de tal manera que sus condiciones de vida los impactaron a tal grado que se vieron motivados a hacer algo en su favor, así fuera solamente prestarles atención y registrar unas palabras, que destacaran a estas personas, que lo único que tienen de diferente a los normo- oyentes[3], es su incapacidad para percibir las perturbaciones sonoras.[4]

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Tesis de licenciatura presentada ante la Universidad Nacional Autónoma de México.

Notas

[1] En el título del trabajo hemos decidido referirnos a los grupos Sordos como ‘Comunidad Silente’, aún a pesar de las molestias que tal denominación produce entre los sordos más sensibles, quienes prefieren llamarse ‘Comunidad Sorda’, o simplemente ‘Sordos’. La razón es simple pero de mucha significación: Los artículos y libros más difundidos sobre el particular utilizan consistentemente esta expresión para hacer mención de la Comunidad de Sordos. De esta manera, quienes se han acercado recientemente a la discusión desde el plano intelectual pero no tienen vínculos con sordo alguno, entienden a quien nos referimos con el término ‘Silente’. En adelante, preferiremos hablar de Sordos y Comunidad Sorda, en vez de Silentes y Comunidad Silente.

[2] Existen algunos intentos sugerentes de reconstruir tal historia en paises como Estados Unidos, Francia, Alemania y España. La mayor parte de éstos trabajos han sido realizados por educadores, intérpretes, médicos, lingüístas y, en muy pocos casos, por sordos. Tales reconstrucciones tienen como inconvenientes privilegiar la postura teórica y metodológica de su preferencia, sesgando la historia a su conveniencia. Incluso las más objetivas de entre ellas tienen limitaciones severas y errores flagrantes, justificados ambos por tratarse de intentos no profesionales del quehacer historiográfico. Por otro lado, los grupos Sordos han sido sistemáticamente ignorados por practicamente todos los historiadores contemporáneos, salvo rarísimas excepciones. Por otro lado, en el caso de la Comunidad Sorda de Estados Unidos, que es por mucho la mejor estudiada, los relatos históricos y las discusiones diacrónicas se centran más en el desarrollo de la Lengua Americana de Señas (ASL por sus siglas en inglés) que en la propia del grupo que la utiliza.

[3] Aunque el término normo-oyente es el más usado en las conferencias y publicaciones especializadas en problemas de audición, prefiero usar simplemente oyentes, debido a la carga simbólico-social que implica tener una norma de audición. Si aceptáramos este término, aceptaríamos también la discriminación de las diferentes capacidades auditivas, lo que podría llevar al equívoco de suponer que en el tiempo que interesa a esta investigación existía cierta estratificación establecida a partir de los grados de sordera o audición de los alumnos. En el período que toma en cuenta el presente trabajo, la diferencia se marca simplemente a partir de la inoperabilidad social del individuo causada por su no percepción sonora.

[4] «La sordera, es decir, la inexcitabilidad completa para la impresión acústica» Jorge Perelló, Sordomudez, 2a. ed., Barcelona, Editorial Científico-Médica, 1972, pág. 63. Desde luego, quedarnos con esta explicación sería no comprender a cabalidad la situación en que los sordos se encuentran. El no recibir ‘impresiones acústicas’ impide la adquisición del lenguaje oral, con el retraso consiguiente en su inteligencia si no es capaz de proveerse de otro lenguaje adaptado a su propia condición. Por otro lado, la tendencia general considera la sordera como una enfermedad, sin tomar en cuenta que «la definición de lo patológico depende de la sociedad, [y] es en buena medida una categoría social.» Boris Fridman, «La Comunidad Silente en México», en Viento del Sur, México D.F., 14, marzo de 1999, pág. 25

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