Reseña de Sandler y Lillo‐Martin, 2006: «Sign Language and linguistic universals»

lionelTovarPor Lionel Antonio Tovar[1]

Cali, 2008.

Sección: Reseñas.

Hacia una lingüística bimodal
[2]
Sandler, Wendy y Lillo‐Martin, Diane. 2006. Sign Language and linguistic universals. Cambridge, etc.: Cambridge University Press. ISBN 0‐521‐48395‐6 (pasta blanda) y 0‐521‐48248‐ 8 (pasta dura)

 

front.tifYa en la segunda mitad del Siglo XIX, el lingüista norteamericano William Dwight Whitney había definido el lenguaje como el medio de expresión del pensamiento humano, que comprende ciertas mediaciones para dicha representación consciente, como gestos, muecas, signos pictóricos o escritos, y signos enunciados o hablados (Whitney 2006). Pero estas propuestas, en la época en que aún reinaba el comparatismo, no tuvieron eco. Con el establecimiento de la lingüística estructuralista moderna, a partir de Saussure (1945), el uso del término técnico “habla” hizo que se pensara siempre en el lenguaje articulado oral, no obstante las advertencias del ginebrino de que el sonido no es el que hace el lenguaje, ya que éste no es más que el instrumento del pensamiento y no existe por sí mismo y que, siendo indiferente la naturaleza del signo, no es el lenguaje hablado lo que es natural al hombre, sino la facultad de constituir una lengua. Más adelante, Hjelmslev (1971), en sus Prolegómenos, había constatado que las lenguas son articuladas no solamente por los llamados órganos de la articulación (garganta, boca y nariz), sino por casi toda la musculatura estriada, ya que incluyen gestos faciales y corporales, y que, además de la sustancia fónica, puede haber otras sustancias para expresar una lengua natural. Uno de sus ejemplos es lo que él denomina el “lenguaje de signos de los sordomudos”. Pero los estudios lingüísticos en general ignoraron estos importantes comentarios y no se prestó atención suficiente a la comunicación de los sordos. Aunque ya desde finales del Siglo XVIII el jesuita español Lorenzo Hervás y Panduro había demostrado que las lenguas de señas de los sordos, al igual que las lenguas habladas, tenían una estructura lingüística, y que esa estructura correspondía a esquemas universales, observables en muchas lenguas orales del mundo (Oviedo 2007), fue sólo a partir de la publicación de la obra seminal de Stokoe (1960, 1978), Sign language structure: An outline of the visual communication systems of the American deaf, y de las investigaciones más o menos contemporáneas, pero independientes de Tervoort (1973), cuando comenzaron a multiplicarse los estudios sobre las lenguas de señas del mundo. Éstas son más numerosas de lo que la mayoría de los legos e, incluso, muchos lingüistas podrían suponer. A la fecha se han inventariado más de 100. En Colombia existen por lo menos dos de ellas, la lengua de señas colombiana (LSC) y la lengua de señas de Providencia (PISL), y hay indicios de que otras estarían formándose en algunas comunidades indígenas con amplio número de miembros sordos (Fanny Bolívar de Cardozo, misionera, comunicación personal, diciembre 2005).

Con el avance de los estudios, se fue confirmando la existencia de una modalidad diferente del lenguaje humano, la modalidad viso‐gestual, diferente de la modalidad auditivo‐vocal, que era la que había sido estudiada tradicionalmente por la lingüística
[3]. Stokoe (1960, 1978) y Stokoe et al. (1965) propusieron la creación de una lingüística propia, pero los autores de señas muy pronto se alejaron de este camino, quizás por el prurito de lo que hoy llamaríamos “corrección política”: insistir en las diferencias dadas por el canal o modalidad podría traer como consecuencia el que no se les reconociera a las lenguas de señas su carácter de lenguas naturales. Hoy se está dando vuelta atrás en esta tendencia, aunque todavía muy lentamente y no en todos los ámbitos académicos y, por lo menos desde la discusión del papel de la iconicidad y la metáfora conceptual en la formación de nuevas señas (Brennan 1990, Taub 2001), ha habido un impulso para encontrar lo que es típico de la modalidad viso‐gestual sin que ello haga mella en el carácter lingüístico de estas lenguas (Meier et al. 2002). El resultado es que difícilmente se encuentran lingüistas que les nieguen a estas lenguas su carácter de lenguas naturales y prácticamente todos los tratados recientes sobre lingüística las mencionan así sea tangencialmente.

Sin embargo, los tratamientos globales de la lingüística siguen centrados casi exclusivamente en las lenguas orales. A duras penas unos cuantos libros de texto incluyen capítulos o secciones sobre las mismas (por ejemplo, Fromkin, Rodman y Hyams 1998, Crain y Lillo‐Martin 1999, Yule 2005). Tampoco se cuenta aún con un libro general sobre lingüística de señas, aunque ha habido intentos aislados, como Boyes Braem (1997). Asimismo, muchos libros dedicados a la lengua de señas más estudiada, la lengua de señas norteamericana (ASL), ya se acercan a ese ideal, desde el clásico de Klima y Bellugi (1979) hasta Valli, Lucas y Mulrooney (2005). Pero hace falta una obra monográfica que integre las dos lingüísticas y que tenga en cuenta, incluso, las que surjan del estudio del lenguaje en otras modalidades, como la modalidad tacto‐gestual, utilizada por los sordociegos (Quinto‐Pozos 2002).

El libro de Sandler y Lillo‐Martin no llena todavía ese vacío de una introducción sistemática a una lingüística bimodal, es decir que dé cuenta de la concreción del lenguaje humano en las modalidades auditivo‐vocal y viso‐ gestual, pero apunta en la dirección correcta. El punto de partida de las autoras es que todas las lenguas naturales, independientemente de la modalidad, deben presentar similitudes desde un punto de vista estrictamente lingüístico, entre otras cosas porque utilizan el mismo sistema cognitivo, como lo demuestran el proceso de adquisición y las restricciones psicolingüísticas para el procesamiento y la construcción cooperativa de los textos. Su objetivo es descubrir universales lingüísticos, examinando lenguas señadas y habladas a través de teorías lingüísticas que tratan de capturar dichos universales. La metodología consiste en seleccionar fenómenos que son importantes para la comprensión de la estructura de las lenguas de señas y su relación con las lenguas orales, centrándose en los que las autoras consideran más explicativos, más fundamentados en la teoría lingüística general y que se presentan en el marco de los modelos de lingüística de señas más completos de que se dispone. En el proceso, acopian evidencia también sobre universales específicos de las lenguas de señas.

Las autoras siguen una división más o menos conservadora, tratando de integrar así las dos lingüísticas. En la Unidad 1, “Introducción”, hacen ver cómo los conceptos básicos de la lingüística se pueden ilustrar con las lenguas de señas, a pesar de la diferencia de modalidad. En la Unidad 2, “Morfología”, después de una introducción general de ese nivel de descripción, presentan capítulos sobre la morfología flexiva y derivacional, así como un capítulo sobre las señas llamadas tradicionalmente “clasificadores” (o verbos policomponenciales), señas que tradicionalmente se han considerado sub‐ léxicas. La unidad termina con un capítulo sobre lexicalización, las retroformaciones y los préstamos léxicos intermodales típicos de las lenguas de señas, como las señas originadas en el deletreo manual y las que van acompañadas de vocalizaciones. En la Unidad 3, “Fonología”, discuten el problema de la secuencialidad y la simultaneidad en la fonología de las lenguas de señas, y dedican varios capítulos al tratamiento de los parámetros de formación de las señas, (configuraciones manuales, ubicación y movimiento), aunque no tratan en capítulo aparte la orientación, como se acostumbra hoy en día. La unidad termina con un capítulo sobre si se pueden identificar sílabas en las lenguas de señas y cómo se puede establecer su “sonoridad”, otro sobre los equivalentes de la prosodia en la modalidad viso‐ gestual y uno final sobre implicaciones teóricas. La Unidad 4, “Sintaxis”, es la más extensa. Presenta la estructura de la cláusula (orden canónico, frases, incisos, subordinación), tiempo, modo, aspecto y concordancia verbal, así como variaciones y extensiones de las estructuras básicas. Dedican también capítulos particulares a los pronombres, a la tematización y a la interrogación. La última unidad, “Modalidad”, trata de la influencia de la modalidad en la estructura de las lenguas y llega a conclusiones sobre los universales del lenguaje en general y de las lenguas de señas en particular. Aquí se trata también la espinosa cuestión de si se puede considerar que las lenguas de señas son lenguas criollas. Siguen 30 páginas de referencias y un índice temático y de autores.

El libro tiene la virtud de presentar y contrastar diferentes tendencias en lingüística de señas. Aunque las autoras aseguran que no aspiran a ser exhaustivas, ya que hay una gran diversidad de propuestas y no todas llenan los requisitos arriba anotados que ellas se autoimpusieron en su metodología, la verdad es que presentan todas las propuestas que han hecho carrera en la lingüística de señas en las últimas décadas, aunque no siempre, claro está, con el mismo grado de detalle. La mayor parte de sus ejemplos proviene de la ASL, por ser la lengua de señas que se ha estudiado durante más tiempo y con mayor intensidad, pero muchos otros provienen de la lengua de señas israelí (ISL), la lengua de señas de los Países Bajos (SLN) y la lengua de señas brasileña (LSB), con números más reducidos aún de unas cuantas otras lenguas de señas. Las autoras justifican esta restricción aduciendo que, debido a la influencia de la modalidad, el trabajo en una lengua de señas revela a menudo propiedades comunes a otras lenguas de señas y que, como el campo de la lingüística de señas no es muy antiguo, aún no se ha llegado a un grado de descripción que permita describir muchas diferencias en gran detalle.

Este último punto merece un comentario. Si bien la lingüística de señas es un campo relativamente reciente y con un número de adeptos muy inferior al de la lingüística tradicional de las lenguas en la modalidad auditivo‐vocal, casi 50 años de trabajos deberían haber sido suficientes para lograr un desarrollo similar al logrado, por ejemplo, por el estructuralismo norteamericano en la primera mitad del Siglo XX en aproximadamente el mismo tiempo. En realidad, bien podría ser que las lenguas de señas sí presentaran, después de todo, muchas similitudes, debido a su carácter de lenguas relativamente jóvenes, ya que el contacto directo y duradero de grupos numerosos de sordos de una misma localidad y de un mismo país es un hecho histórico relativamente reciente. En el caso de la lengua de señas francesa (LSF), por ejemplo, considerada la más antigua de las lenguas de señas estandarizadas, sabemos que este proceso se dio a partir del trabajo educativo institucional del abate Charles‐Michel de l’Épée, desde finales del Siglo XVIII y, sobre todo, en el XIX, con el advenimiento de nuevas generaciones que se educaban en ella (Lane 1989, Lane y Philip 2006). El desarrollo de las lenguas de señas se vio coartado desde finales del Siglo XIX hasta casi finales del Siglo XX por más de un siglo de educación oralista, que no permitió su uso en la escuela y las limitó con ello a las funciones de la comunicación interpersonal básica. Aunque las autoras no toman partido por lo que ellas denominan “cuestiones metateóricas” como el innatismo, se podría postular que, de ser cierta la hipótesis de la Gramática Universal, las lenguas de señas estarían más cerca de la misma que los idiomas hablados más antiguos. Cabría incluso examinar más detenidamente, como se ha postulado tantas veces desde Meier (1984), en su respuesta a la hipótesis del bioprograma de Bickerton (1984), si las lenguas de señas son lenguas que se recriollizan en cada generación, debido a que son muy pocos los sordos que las adquieren de manera natural en el hogar (sólo un 10% de los sordos como máximo estaría en esa situación, según el cálculo más extendido en la literatura), y la mayoría de las veces los modelos que tienen los niños sordos no son usuarios nativos, en el sentido en que se maneja el concepto en el caso de las lenguas habladas. La educación oralista ha traído como consecuencia, en efecto, que la mayoría de los sordos se integren en comunidades usuarias de las lenguas de señas sólo hacia los últimos años de la adolescencia y en la edad adulta, lo que significa que estas lenguas no tienen realmente un número sustancial de usuarios nativos en el sentido estricto de la palabra.

Sobre este tema, las autoras concluyen que las lenguas de señas no pueden equipararse a las lenguas criollas, porque su morfología, tal como ellas la presentan, es en extremo compleja. Esto ya había sido expuesto antes por Lupton y Salmons (1996), lo que parecía haber saldado la cuestión. Los argumentos me llevan a señalar lo que considero la debilidad del libro.

En efecto, las autoras se centran mucho en lo que yo denomino la tendencia “gramaticalizante” de las lenguas de señas. Ya Stokoe mismo (1990) se había quejado de los estudios lingüísticos de señas que buscan una “gramática perfecta” en detrimento de aspectos del uso real de las lenguas de señas. Así, por ejemplo, en su tratamiento de la morfología, las autoras suscriben lo que Liddell (2000) llama la “teoría del plano horizontal”, según la cual muchos aspectos de la lengua, sobre todo los que tienen que ver con la referencia y con ciertos tipos de verbos, se explican a partir de locus colocados en un plano horizontal. Esta propuesta deriva del trabajo de Supalla (1978), al cual se le dio quizás mucho crédito por ser él un lingüista sordo. De acuerdo con este tipo de análisis, un señante menciona primero un referente y luego señala hacia el locus en el plano horizontal del espacio frente a sí, aunque algunas propuestas ya admiten la inevitable utilización de locus en todas las direcciones. Los locus así determinados, en principio infinitos, son considerados parte de la gramática de la lengua de señas en cuestión, lo que hace que la morfología se torne en extremo compleja.

Esta tendencia descriptiva tiene la ventaja de reafirmar el carácter de lenguas naturales de las lenguas señadas, al hacer ver que su funcionamiento es muy parecido al de las lenguas orales. Por ello, se ha difundido, no obstante las revolucionarias propuestas de Mandel (1977) y de DeMatteo (1997), quienes postulaban una gramática particular de las señas que incluyera los aspectos visuales que les son propios, o las de Macken et al. (1993, 1995), que probaron que se trata de sistemas comunicativos heterogéneos de gran potencia expresiva. Liddell y Metzger (1998), Liddell (2000, 2003a) y Oviedo (2004) han propuesto, por su parte, que muchas señas tienen un componente gestual, y la dirección a la que apuntan los articuladores (dedos, manos, cuerpo, cabeza, mirada) se explica mejor con la teoría de los espacios mentales (Fauconnier 1994; Fauconnier y Turner 1996), que explica también el funcionamiento de la oralidad. Así, se da cuenta de un universal más con las lenguas orales, la coexistencia en un mismo enunciado, por lo menos en las señas y en la oralidad primaria, de lo gestual y lo lingüístico, hecho sugerido, como he señalado, desde Whitney y Hjelmslev, y reafirmado más recientemente en títulos como McNeill (1992, 2000), Iverson y Goldin‐Meadow 1998 o Messing y Campbell 1999.

Sin embargo, esto no desdice de la obra, ya que de todas maneras la lingüística de señas –al igual que la lingüística de las lenguas orales– sigue en un constante fermento. Así, Okrent (2002) cuestiona a Liddell, haciendo ver que aún hay que explicar algunas regularidades en la aparente gestualidad de ciertos tipos de señas en varias lenguas, y el mismo Liddell (2003b) ya duda de su posición según la cual los clasificadores serían señas subespecificadas léxicamente, al notar que hay algunas restricciones que se explicarían sólo si ya los señantes tienen dichas restricciones como parte de su lexicón.

Es, además, la primera vez que se presentan, de manera organizada y sistemática, las principales conclusiones dispersas en la literatura. Aun si no se está de acuerdo con la tendencia gramaticalizante de las autoras, que ignora la interacción de la secuencia o simultaneidad lingüística y la gestualidad en un mismo enunciado en señas, hay que reconocer que la mayoría de los lingüistas de señas continúan suscribiéndola, como se ve en multitud de libros, artículos y memorias de eventos.

Este libro no es, entonces, todavía un libro de lingüística bimodal, que pretende dar cuenta tanto de las lenguas auditivo‐vocales como de las viso‐ gestuales, haciendo énfasis en las características de la comunicación cara a cara en ambas modalidades, incluyendo la gestualidad, la pantomima y los emblemas, pero es quizás el mejor acercamiento de que disponemos. Tal como aparece, puede ser de utilidad a los lingüistas de señas, para tener un panorama del estado del arte; a los lingüistas en general, para enriquecer su visión del lenguaje humano y para encontrar ejemplos del funcionamiento del mismo en la modalidad viso‐gestual; y a los estudiantes que se inician en los estudios del lenguaje, para que tengan una panorama más completo del mismo en estas primeras décadas del Siglo XXI, cuando estudiar lingüística ignorando la modalidad viso‐gestual es ya inadmisible. Es por ello de esperar que esta obra y otras similares que vayan apareciendo se constituyan en referencia obligada para las discusiones de diversas cuestiones sobre el lenguaje humano en general y para la formación básica en lingüística, incluso desde los cursos introductorios.

Referencias

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 Notas

[1] Lionel Antonio Tovar es M.A. en Lingüística (University of Kansas) y Doctor en Lingüística (Universidad de Los Andes, Mérida, Venezuela). Tiene el cargo de Profesor Titular de la Escuela de Ciencias del Lenguaje de la Universidad del Valle. Sus áreas de docencia y de investigación incluyen la enseñanza y la adquisición de segundas lenguas, los aspectos lingüísticos y sociolingüísticos del bilingüismo y la planificación lingüística de lenguas minoritarias. En los últimos años, su trabajo se ha orientado en estas áreas hacia la comunidad de sordos colombiana.

[2] Esta reseña apareció en el número de Diciembre 2007 de la Revista Lenguaje (Universidad del Valle, Cali, Colombia. Los datos de la reseña en esa publicación son: Tovar, L. (2007). “Hacia una lingüística bimodal: Reseña de Sandler, Wendy y Lillo­Martin, Diane (2006) Sign Language and Linguistic Universals. (Cambridge, etc.: Cambridge University Press”. Lenguaje, 35(2): 257­268. El texto se reproduce con la amable autorización de sus editores. Datos sobre la revista pueden consultarse en http://revistalenguaje.univalle.edu.co.

[3] El término “modalidad”, común en la literatura actual de lingüística de señas se presta, como muchos otros términos en lingüística, a confusiones por las diferencias de metalenguaje. Aquí se refiere al canal de comunicación en que se realizan los enunciados cara a cara.

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