La influencia encubierta de Hervás y Panduro, en la labor pedagógica de Manuel Estrada, tercer maestro de la Escuela Municipal de Sordomudos de Barcelona

ANtonio-GasconPor Antonio Gascón Ricao,

Barcelona, 2011.

Sección: Artículos, historia.

 

Las corrientes culturales

Si se analiza, se observa que, a la aparición de una nueva y novedosa corriente cultural o pedagógica, dicha corriente, por lo general, resulta ser una consecuencia directa de las influencias ejercidas por gentes anteriores, a las que, con mayor o menor fortuna, se intenta imitar. Influencia que en muchos casos es admitida, al reconocerla públicamente sus propios seguidores.

Al no ser una excepción a dicha regla, dicho hecho concreto se constatar de forma palmaria cuando tiene lugar la creación del Real Colegio de Sordomudos de Madrid, abierto en una primera etapa entre los años 1795 y 1802, etapa aquella que concluyó con un rotundo fracaso, o al producirse su segunda refundación, en 1803, y en aquella ocasión con bastante mejor éxito o suerte, según se mire, que la anterior.

Real Colegio y sus respectivos maestros, como fueron los casos primerizos de José Miguel Alea, o de Tiburcio Hernández, o de Juan Manuel Ballesteros y Francisco Fernández Villabrille, que durante aquellas épocas reconocerán, sin tapujo alguno y con la excepción de Hernández, su dependencia directa, respecto a métodos y sistemas, procedentes todos ellos de la Escuela francesa, creada en París, en 1750, por el abate Carlos Miguel de L’Epeé (1712-1789).

“Afrancesamiento” temprano el de aquel Real Colegio de Madrid, que comportó de aquella forma el olvido, por ostracismo intelectual, de dos pioneros españoles y de sus obras respectivas dentro de aquel mismo campo docente, la de Juan de Pablo Bonet (1620) y la de Lorenzo Hervás y Panduro (1795).

Por tanto, cumpliéndose el adagio bíblico de que “nadie es profeta en su tierra”, Bonet, continuó perdido, salvo en Francia y gracias a la publicidad que de él y su obra hizo, de forma caballerosa, el abate L’Epeé, al cual todo el mundo se lanzó a imitar en todo lo que hacía referencia a la escuela creada por él, incluidos los propios españoles, que a la inversa, decidieron “pasar” olímpicamente de Bonet y por ende de su método.

Al igual que sucedió con Lorenzo Hervás y Panduro, aunque en su caso un poco menos olvidado, ya que, aunque no reconocido precisamente en Madrid, a la inversa, si lo fue y mucho en Barcelona y en su Escuela Municipal, pero, con dos únicas excepciones, dentro de sus cuatro primeros maestros, detalle que representó el 50% de adopción o, según se mire, de aceptación.

La primera excepción fue la de Salvador Vieta y Catá (1805-1806), que no se posicionó ni se reconoció dependiente de nada ni de nadie, y la segunda la de Manuel Estrada, que aunque no tuvo el valor de declararlo públicamente, utilizó con profusión a Hervás y Panduro, pero de forma totalmente encubierta, tal como vamos a tener ocasión de ver y comprobar con detalle al entrar a analizar su obra impresa Oración inaugural, aparecida en 1816.

Breve semblanza biográfica de Manuel Estrada

Manuel Estrada Estrada, bautizado como Manuel Thomas Estrada, al inicio de su labor con los sordos de Barcelona, en 1816, enlazó con una ya relativamente larga cadena, aunque no estable, de maestros en aquella misma especialidad.

Maestros, que en primer lugar, había encabezado Juan Albert Martí (1800-1802), un pionero sacerdote de origen francés, que, en cierta forma, resultó el discípulo más directo de Lorenzo Hervás y Panduro, al conocerlo en persona y en la propia Barcelona, personaje al que tres años más tarde seguirá el también sacerdote catalán, natural de Llavaneras, pueblo del Barcelonés, Salvador Vieta y Catá maestro último al cual sustituirá en el propio Estrada diez años más tarde, en 1816.

De aquel modo, Estrada, tras conseguir el título de maestro de sordos, previo viaje suyo a Madrid, título que tuvo a bien otorgarle el rey Fernando VII en 1816, a su regreso a Barcelona y aprovechando que residía en el convento de Santa Catarina de aquella ciudad, al ser fraile y miembro de la poderosa orden dominica, Estrada consiguió del Ayuntamiento, después de mucho insistir, que se le asignaran los cargos de Director y maestro de la Escuela Municipal de Sordomudos de aquella ciudad, con la pueril excusa de que no tenía intención alguna de cobrar nada de salario, al tener bien cubierto, tanto el problema de su residencia y habitación como el vital de la manutención, todo ello gracias a su pertenencia a la citada orden religiosa.

Escuela municipal aquella, abierta entonces en su tercera etapa, y cuya enseñanza fue, en dicha época y a gran diferencia de la escuela madrileña, inaugurada ésta de forma oficial en 1805, de carácter obligatorio, gratuito y universal, dedicándose Estrada por ello a la instrucción civil y religiosa de los sordos pobres y de ambos sexos asilados en la Casa de Caridad o en la Casa de la Misericordia, instituciones de beneficencia ambas y pertenecientes al propio Ayuntamiento barcelonés.

Un hecho curioso es el que dos meses antes de realizar Estrada aquel discurso inaugural, denominado “Oración inaugural”, acto que tuvo lugar el día 2 de diciembre de 1816, la Junta de Comercio de Barcelona, por su parte, emitió un informe favorable al respecto, haciendo referencia en él al maestro y su método respectivo, y donde se advierte el uso masivo que Estrada hace de las “señas”, sin que se especifique en dicho informe al modelo concreto de señas a las cuales se refiere, ya que de creer en las maravillas que alcanzaba con sus alumnos, da en pensar que, incluso y por fechas, Estrada pudo utilizar, aparte del método de Hervás y Panduro, el propio método de señas “metódicas” ideas por el francés L’Epeé, y que nada tenían de común con las españolas:

“El P. Manuel Estrada dominico se dedicó a la instruc¬ción civil y religiosa de sordomudos. Primeramente les enseña el alfabeto y silabario y enseguida a deletrear con señas. Radicados en estos principios les enseña a escribir. Enterado, de todo esto principia la gramática castellana y quando (sic) están cabalmente satisfechos en este Arte les enseña a pronunciar vocalmente la gramática expresada.
Se enseña al mismo tiempo la Aritmética, no olvidándose en todos tiempos la instrucción del catecismo. Así instruidos pueden también progresar en la Retórica y demás Artes a pro¬porción de la edad y talento que por lo regular en ellos es extraordinario. El sobredicho Maestro ya tiene algunos discí¬pulos que saben cabalmente el catecismo, el sumar, leer, escribir por señas y algunos de ellos conjugan ya verbos, explica los números de los nombres y sus géneros y empieza a formar por escrito alguna oración. Pronuncia las letras y silabario y otro hai (sic) que lee algún libro sin silabas aunque con alguna pausa.”

Estrada, en los principios de su labor contó, entre 1816 a 1819, con la inapreciable ayuda de su íntimo amigo y colaborador, Francisco Simón Henrich, nombrado también maestro de sordos por el rey Fernando VII, título que obtuvo Simón en 1818, pero gracias a la recomendación del propio Ayuntamiento de la Ciudad Condal, obligado por los dominicos que forzaron a que Estrada se hiciera cargo de la enseñanza de las niñas y Simón de los niños, pero sólo por las mañanas, al quejarse sus superiores, que Estrada, con la excusa de las clases, se recogía muy tarde por la noche en el convento, de hecho situado a cuatro pasos escasos del Ayuntamiento, y lugar concreto donde tenían efecto, tanto las clases diurnas como las nocturnas.

Pero en el año de 1818, Simón decidió dar la espalda a Estrada, consiguiendo, punto seguido, el título de maestro en primeras letras, pasando a solicitar al Ayuntamiento el título de Director de la Escuela municipal, deseo aquel que no se cumplió.

A la caída del Trienio Liberal y con la vuelta al absolutismo en 1823, Simón declarándose partidario del Rey, y por tanto enemigo del liberalismo, intentó de nuevo que las recién estrenadas autoridades le dieran el título de Director de la Escuela Municipal, cargo que no consiguió, al no reabrirse dicha Escuela hasta 1843. Fecha en que Simón, al parecer, ya había desaparecido, pues no presentó su candidatura en aquel año.

En medio de todo aquel tiempo, Estrada, consigue, en 1817, que le impriman su Oración Inaugural que había dado en público el año anterior y con motivo de la apertura oficial de aquella escuela. Oración inaugural que analizada en profundidad, nos permitirá descubrir, por mucho que intentó ocultarla, la indudable influencia de Hervás y Panduro en Estrada.

En 1821, Estrada publicará su segunda obra impresa, dedicada en aquella ocasión a la Retórica, secularizándose al año siguiente, con la peregrina excusa de padecer la gota. Gesto personal que demuestra, en cierta forma, la adhesión de Estrada a la causa liberal.

En las vísperas de la caída de los liberales, en 1822, a la escuela de Estrada, sita en el propio Ayuntamiento barcelonés, asistían, entre mujeres y hombres, 32 alumnos de todas las edades. Al año siguiente, con la caída del gobierno liberal y el retorno del absolutismo, la Escuela Municipal de Sordomudos de Barcelona se cerró de forma forzosa, al igual que ocurrió con la pionera Escuela Municipal de Ciegos, en su caso a cargo del relojero barcelonés José Ricart, aunque, a pesar de ello, Estrada todavía continuó durante algún tiempo con su labor docente en pro de los sordos, aunque ya dentro del ámbito privado.

En noviembre de 1842, y con Estrada contando ya con 58 años, una edad ciertamente respetable para su época, éste se presentó voluntario al Ayuntamiento barcelonés, ofreciéndose de nuevo como maestro de sordos, al estar prevista la reapertura de la Escuela Municipal de Sordomudos, en la que sería su cuarta etapa, institución que llevaba cerrada, por causas políticas, casi veinte años, es decir desde 1823.

Finalmente, y en competencia con otros tres maestros más, Estrada logró ser nombrado maestro de la misma el día 14 de abril de 1843, aunque por muy poco tiempo, ya que falleció en la misma Barcelona el 10 de noviembre de aquel mismo año, siendo sustituido, casi de inmediato, por Vicente Monner y Viza, maestro que se reconocerá sin ambages y por escrito, ser discípulo de Hervás y Panduro, y también igualmente discípulo del maestro francés L’Epeé, en lo que significó poner una vela a Dios y otra al Diablo:

“D. Vicente Monner y Viza, de edad 54 años natural de la ciudad de Mataró havecindado en la Villa de Aren[y]s de mar, su profesión Maestro de 1ª Educación con Real título dado por S. M. D. Isabel 2ª (Q. D. G.) y profesor de sordo-mudos: con la mayor veneración a S.E. espone: Que desde el año 1818, se ha dedicado el esponente a la enseñanza de aquellos infelices […] bajo el método dado por el muy Reverendo Abate D. Lorenzo Hervás y Panduro aprovado por el M. R. Abate Lepée(sic) ; método que se observa en el Gran Colegio de la Ciudad de París y en el Real de la Villa y Corte de Madrid, de las cuales el esponente ha sacado todas las nociones que se observen en los citados colegios…”.

En los párrafos anteriores resaltar varios detalles curiosos, pues, según afirma Monner, el método de Hervás y Panduro, lo había aprobado el francés L’Epée, hecho incierto pues no consta en lugar alguno, y también según Monner: “método que se observa el Gran Colegio de la Ciudad de París y en el Real de la Villa y Corte de Madrid “, afirmación más incierta aún que la anterior, aunque buena demostración de cómo se funcionaba en aquel cerrado mundillo español de la educación de los sordos.

En resumen, tal como habíamos adelantado, de los cuatro primeros maestros de sordos barceloneses, dos de ellos se declararon abiertamente discípulos de Hervás y Panduro; Juan Albert Martí y Vicente Monner y Viza. Mientras que un tercero no tuvo la honradez moral de declararlo, el dominico Manuel Estrada, haciéndole con ello el juego a los partidarios del benedictino Pedro Ponce de León, y cuando el mundo real, por fortuna, ya rodaba en otra dirección.
Comentarios previos del presente autor al texto de Oración inaugural que en la abertura de la Academia de Sordo-Mudos establecida en la Casa Consistorial de esta Ciudad

Habrá que advertir al lector, que a todo lo largo del texto de Estrada que vamos a tener ocasión de ver a continuación hay dos tipos distintos de notas, las propias de Estrada, concretamente tres, que se avisan, y el resto, bajo el epígrafe NA, son comentarios del presente autor al escrito de Estrada. Hecha dicha salvedad, resulta interesante resaltar también varias cuestiones directamente referidas al propio texto.

En primer lugar, poner de relieve que Estrada a la hora de tener que explicar en su Oración inaugural los orígenes de la educación de los sordos en España, resalta hasta el infinito, según él, el papel fundamental jugado por Pedro Ponce de León, caso muy discutible, tal como hoy ya se conoce, a la vez que “olvida” referir, aquí muy interesadamente, a los dos mejores autores españoles en aquel arte y, además, con obra publicada a la inversa de Ponce de León, en su caso, a Juan de Pablo Bonet y su Reducción de las letras, impresa en Madrid en 1620, y a Lorenzo Hervás y Panduro, con su Escuela Española de Sordomudos, impresa también en Madrid, pero en 1795.

Sin embargo, Estrada a la hora de dar una cierta erudición a su discurso, utiliza descaradamente párrafos casi enteros, literal (sic), procedentes de la obra de Lorenzo Hervás y Panduro, Escuela Española de Sordomudos, pero sin citar ni la obra ni al autor en parte alguna.

Prueba fehaciente de ello es que la fuente principal del supuesto conocimiento intelectual de Estrada, al menos en lo referido a los nombres de los maestros extranjeros que cita, pasaba por unas breves referencias y en todos los casos, de forma muy somera, por los títulos de unas obras, extraídos todos ellos y en ambos casos de la obra de Hervás y Panduro.

De este modo, viene a resultar que en su libro, Hervás y Panduro no entraba en detalles sobre los métodos o sobre los sistemas que en su día habían utilizado aquellos mismos maestros, y aunque citaba los títulos de todas sus obras, reconocía con humildad y decencia, a la inversa que Estrada, que en alguno caso no había tenido ocasión de tener en sus manos el ejemplar correspondiente de la obra que estaba comentando.

Estrada, no sabemos si a causa de su propia ignorancia o por mera malicia, tampoco cita en su Oración inaugural a los grandes maestros españoles de sordos del siglo XVII, los harto conocidos como habían sido Manuel Ramírez de Carrión o Pedro de Castro, citados ambos, con todo detalle, en la obra de Hervás y Panduro y obra que, además, utilizaba con todo descaro.

Actitud idéntica la de Estrada, al ocultar también, pensamos que de forma harto intencionada, a los maestros que le habían precedido dentro de la propia Escuela Municipal de Barcelona, dejando así en la oscuridad y en el olvido más clamoroso al francés Juan Albert Martí o al barcelonés Salvador Vieta y Catá, detalle que debió notar y mucho el público asistente al acto, al dar con él la medida de su desmesurado orgullo personal.

Por todo ello, habrá que reconocer, la malicia de Estrada, o su orgullosa actitud personalísima, al renegar de los grandes autores españoles, o de los propios maestros de su gremio en Barcelona, todo ello encaminado, de manera descarada, a promover la gloria universal de Pedro Ponce de León, siguiendo así en su camino a Benito Jerónimo Feijoo o al abate Juan Andrés, defensores a ultranza de aquella supuesta e hipotética gloria hispana, vendiendo así al público asistente humo. En resumen, una auténtica pena que no debió pasar precisamente inadvertida para muchos contemporáneos suyos ilustrados, ya que por fortuna los había.

Cuestión distinta es el encuadre o enfoque que Estrada dio a su discurso en general, pues de forma sorpresiva parece dirigirse en directo a sus “amados alumnos sordos”, dando así a entender al lector que éstos están presentes en dicha inauguración, detalle que desconocemos pues no consta como tal en sitio alguno.

De haber sido así, evidentemente hubiera sido muy complicado traducir a los sordos el discurso “florido” y enrevesado de Estrada, pues, obviamente los sordos no estaban todavía escolarizados, y por tanto su lenguaje de señas debería ser muy tosco y simple. Por ello, no vemos como Estrada, o en su defecto a un intérprete, cómo podía transmitirles de forma comprensible semejante “mensaje”, y además, tan erudito. Detalles todos ellos, que dan en suponer, de forma razonable, que en dicho discurso, si realmente estaban presentes en aquel acto sus alumnos sordos, les debió sonar, vulgarmente, a chino o a “música celestial”.

Enfatizando, que a pesar del desprecio absoluto que demostró Estrada por la lengua de señas, llamándola, en el aquel mismo discurso, “lenguaje pintoresco”, y cuando Hervás dedicaba en su obra varios apartados concretos explicando que la lengua de señas era una lengua humana más.

Desprecio que no se corresponde con la realidad ya que viene a resultar que, como por otra parte ya era lógico suponer, Estrada la utilizaba, pues en un momento determinado de su discurso, afirma que se dirigió a ellos, textual, “por señas”, con el fin de explicarles la vida, la obra y los milagros de Pedro Ponce de León, en un auténtico ejercicio de pura fantasía literaria, pues las noticias que sobre el personaje que entonces se conocían eran casi todas ellas puras y duras especulaciones, por muy piadosas que fueran las fuentes de referencia, en éste caso, la mayoría, provenientes de los interesados cronistas de su propia orden, la benedictina.

Conocimiento de la lengua de señas, por parte de Estrada, que desconocemos el cómo o el cuándo la aprendió, pues en ningún momento de su discurso en Barcelona da detalles concretos al respecto, y aunque afirme en el susodicho discurso que pasó un tiempo en Madrid, tramitando su diploma de maestro, o que era Socio de Honor de la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País , tal como figura en la portada del folleto, nada de ello indica que pasara un tiempo aprendiéndola en la Real Escuela de Sordomudos de Madrid, escuela dependiente en aquellas fechas de la propia Matritense, y dirigida en aquel entonces por Tiburcio Hernández, director de la escuela de Madrid entre 1814 y 1823, en su caso partidario acérrimo del método de Juan de Pablo Bonet y no precisamente del de Hervás y Panduro.

Estrada (1817): Oración inaugural que en la abertura de la Academia de Sordo-Mudos establecida en la Casa Consistorial de esta Ciudad Dixo el R.P.F.(sic) Manuel Thomás Estrada, Maestro por S. M. de Sordo-mudos, Director y Catedrático de los mismos, y socio de Honor de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, en 4 (rectificado 2) de Diciembre de 1816. Barcelona, Impreso por Juan Francisco Piferrer.

(Texto íntegro)
“M. Y. S.

Uno de los mayores servicios que puede el hombre hacer a favor de la Patria es instruir a la Juventud. De este germen preciso bien cultivado salen a su tiempo debido los más bellos frutos sazonados para felicidad de qualquier (sic) República. Idea utilísima, que se mereció la atención de los sabios gobiernos en todas épocas. Atenas la grande, la famosa Atenas así persuadida quando (sic), resolvió dar Maestros a sus jóvenes buscó lo mejor de su Estado, y nombró a los Sofronios. Los Espartas políticos señalaron los literalísimos Pedemonios. Los Persas gente rica y dominante eligieron los agudos Arcontios. Y, los Romanos prepotentes y temibles al mundo votaron s los Censores, magistrado escogido de la flor de los sabios… hasta que seducidos por la Sirena encantadora de la ambición derribar con el hierro, y el fuego de Marte el Templo luminoso de Minerva.

Semejante triste y negra escena nos han presentado en el Teatro de horror y barbaridad las ominosas circunstancias de esta última guerra pasada contra la Francia. España rica, España industriosa, España feraz, España sabia. Transformose este hermoso Reyno en época tan lamentable, pobre inerte, infecundo, ignorante, y desgraciado. ¡Metamorfosis tan infeliz sufrió nuestro patrio suelo!… pero apenas vimos brotar y florecer el olivo de la paz, que se levantaba sobre las aguas de la tribulación, que apareció sobre nuestro horizonte Español el arco iris que nos prometió serenidad, sí, nuestro Augusto Monarca, nuestro suspirado, nuestro adorado Fernando.

Si empezó tan benéfico Soberano a pisar sus dominios quando (sic) libre de las cadenas con que le tenía cautivo el más pérfido de los hombres; empezó también a extender su bienhechora mano para dar nueva vida a los establecimientos públicos, que los juzgaba como una de las piedras preciosas de su Corona, y como honor de la Nación de quien empuña el cetro, y para levantarlos de la aniquilación en que yacían por el terror y la felonía.

La presencia amable de este Joven soberano formado por seis años de infortunios alentaba, y reanimaba las tareas benéficas de los Magistrados de todos sus dominios para cumplir con la mayor exactitud y presteza el honroso cargo de promover la pública felicidad. Por estas dos bellas qualidades (sic) que vi brillaban en V. S., se movió mi zelo que por mucho tiempo anhelaba ver restituidos a la sociedad por medio de la educación a los desgraciados Sordo-Mudos quando (sic) la ignorancia los tenía de ella separados. Obra difícil, empresa muy ardua, que hizo a otros muchos movidos del mismo zelo (sic) desistir y casi desconfiar que en lo por venir se realizase semejante establecimiento: Más yo que todas mis miras no fueron otras que trazar la suerte afortunada de estos infelices, siendo para mí la mayor recompensa de mis fatigas y el mayor gusto en mis complacencias, que los viese contados en lo sucesivo después de instruidos con el resto de sus semejantes; vencí y arrostre todos quantos (sic) obstáculos se me presentaron a tan alta consideración, afianzado que no podía menos su Divina Majestad que poner su benéfica mano en obra tan caritativa hasta verla concluida y perfeccionada, y que el zelo (sic) tan acreditado de V. S. tomaría parte con su influxo, (sic) y poderoso valimiento para planificar un establecimiento tan útil y piadoso.

Dirigí pues desde el momento al Real y Supremo Consejo de Castilla mis súplicas las más enérgicas y sentimen¬tales haciendo ver la situación desgraciada de esa porción de la sociedad los Sordo-mudos, mis amados alumnos. Los vivos deseos, que me animaban de hacerlos felices haciéndolos comunicables con el demás resto de los hombres. Tan bellos, y generosos sentimientos no podían menos que ser el objeto de la atención de un Gobierno sabio y prudente, que incesantemente se ocupa y desvela para hacer felices a todos los Pueblos, que con tanto acierto rige, y gobierna. Remitió este poderoso Señor a V. S. mi representación para que informase sobre lo que yo tenía expuesto. V. S. que por tanto tiempo anhelaba tan útil, y caritativo establecimiento, manifestó su zelo (sic) patriótico de procurar la felicidad a los desgraciados Sordo-mudos, los esfuerzos posibles que haría para su plantificación, y los deseos tan vivos, que tenía de verla realizada. El Consejo Supremo teniendo en consideración los votos de un Magistrado que tanto se esmeraba en cooperar al bien de la Sociedad, me expidió el de título Real de Maestro Sordo-mudos de la presente Ciudad en nombre de S. A. el Señor Don Fernando, que Dios guarde, a los treinta y un días del mes de mayo de mil ochocientos diez y seis.

Aquí fue quando (sic) yo movido de unos paternales sentimientos, y de una complacencia sin igual dixe (sic) por señas a mis adorados discípulos los Sordo-Mudos : Infelices seres, que vivíais separados aparentemente de la sociedad humana, parecía que después de haber tenido un segundo Padre, sí, el inmortal Padre Ponce Benedictino, que por la invención tan útil como ingeniosa os había sacado de la nulidad a que estabais por naturaleza condenados, ibais a sumiros por siempre en un estado semejante al del bruto, respirad; llegó el tiempo, es la época gloriosa de que vemos restituido el establecimiento de vuestra educación, haciéndoos miembros útiles a la Religión y al Estado. Objeto Santo, que llama la atención del gobierno, empeña la humanidad de las leyes civiles de nuestro Reyno, y obliga la caridad, y zelo (sic) que la Religión Santa inspira. Renace hoy bajo los auspicios de este Ilustre, y Magnífico Ayuntamiento tan benéfico, y generoso vuestra Academia. Se levanta del olvido en que yacía, no solamente para que sea ventajosa a vosotros; sino que también de grandísima utilidad a la sociedad, y a la Religión. Asunto, que ocupará la atención de V. S. o M. I. Señor en este rato no por las escasas luces de mi talento, y eloqüencia, (sic) sino por el discurso interesante, que su amplificación comprende.

Nace el Sordomudo y desde su nacimiento pertenece a la especie humana, y los hombres le reconocen y reciben como individuo de ella. Más la naturaleza dirigida altamente por el hacedor Supremo le condena a vegetar como bestia sobre la tierra, le priva la comunicación con sus semejantes, le aísla su espíritu, y le pone en un estado infeliz de estupidez e ignorancia. Aquí es, quando(sic) los demás hombres le miran incapaz de ser contado entre los individuos de la sociedad humana. Aquí, quando le juzgan un ser inútil en la naturaleza, que puede recibir las sensaciones más necesarias, adquirir las ideas para combinarlas, e inferir sus conseqüencias. (sic) Aquí, quando (sic) en una palabra; le reputan muchos un autómata viviente, una estatua movible, y un ser sin ilustración e inteligencia. ¿Qué estado tan infeliz! ¿Qué desdicha! ¡ y quan (sic) digna es esta desgracia de la atención del corazón humano! Tal es el retrato que de vosotros bosquejan, o amados alumnos míos, vuestros semejantes.

Si la naturaleza por disposición de la sabia, y adorable providencia presenta el Sordo-mudo de nacimiento incapaz de la cultura de su espíritu en el orden civil; no menos incapaz le muestra al orbe Chistiano, (sic) de la Religión Católica y creencia de su Divinos Misterios.

La razón natural, que brilla esculpida en su mente desde el mismo instante de su creación, solo le da una idea de la bondad, o malicia de sus acciones; pero no le basta para que estas sean dirigidas al Supremo y último fin, que es la felicidad eterna. Esta no puede conseguirse sin los conocimientos de la Religión revelada. De aquí es, que el Sordomudo no adora con los sentimientos de su espíritu; sino con unos gestos o acciones externas, que son del todo corporales sin vislumbre del propio y verdadero culto Divino. Sus homenages, (sic) humillaciones y sacrificios; no son ellos más que efecto de una profesión exterior, que igualmente podría enseñarse a las bestias domesticadas. La verdad de este asunto fue propuesta por Filibien a la Academia de las ciencias de París. “Un joven Sordomudo de nacimiento, expuso el citado, después de haber adquirido la pronunciación de algunas voces, y entendido su significación rompiendo su largo silencio; fue examinado sobre su antiguo estado, y particularmente sobre la idea, que había formado de Dios, del espíritu humano, de la bondad o malicia de las acciones et. etc. A todo esto preguntado, respondió el Sordomudo: que él no había tenido más que un mero conocimiento de las cosas, que veía, o sentía por los otros sentidos. Aunque de la muerte añadió, y de las demás cosas no penetraba más que su superficie.” Tal es la ignorancia en que viven los Sordo-mudos teniendo su espíritu sepultado en el caos de sus extravagantes ideas. Tal es su infeliz y lamentable estado, que viviendo en sociedad no son por eso más dichosos, que lo serían haciendo vida común con las bestias en las soledades de los desiertos. Tal es el descuido perjudicial de la educación, que ha habido por fin, que les ha aislado en sus escasas y confusas ideas de la Religión revelada a portarse como insociables con los demás del gremio de la Iglesia. ¡O Sordo-mudos mis amados, digna es que se llore vuestra desgracia con lágrimas, si fuese posible, de sangre!

¿Podrá pues la sociedad desatender sin injusticia a estos hijos; más necesitados de sus benéficos cuidados por menos socorridos de la naturaleza, y dexarlos (sic) abandonados a todas las calamidades físicas y morales? No por cierto. Será se deber el más sagrado, el más glorioso, y el más útil precaver y evitar tan funestos resultados. Tan lamentables desdichas en los Sordo-mudos, conseqüencias (sic) sin duda de la ignorancia, fueron arrancadas a raíz en el siglo XVI, por el zelo imponderable del P. Ponce de León, Monge Benedictino. La esclavitud de la razón a los pensamientos filosóficos de Aristóteles, y el respeto ciego de muchos a la autoridad entonces dominante de Hipócrates, pusieron barrera a la libertad de discurrir, y cerraron las puertas a la curiosidad del genio y de la humanidad, que intentaban socorrer a esa porción infeliz de la sociedad, los Sordo-mudos. Fr. Pedro Ponce, cuyos sentimientos no eran dictados de la adulación y respeto humano; sino nacidos de su corazón tan sensible, y caritativo se opuso con su verdadera filosofía a las decisiones de la doctrina de los ingenios respetables, demostrando con la razón y la experiencia la falsedad de sus asertos. Propuso como cierta la instrucción en los Sordomudos, de la que ellos les juzgaban incapaces; y si en ellos repara, que su oído no es susceptible, discurrió inventó lo que no supieron Aristóteles e Hipócrates, a saber aquel arte tan ingenioso y sublime, que descubrió con su acertado discurso, de instruirles por medio de la escritura. Los ojos pues, que antes estaban destinados por disposición de la naturaleza a sus peculiares funciones, emprendieron a su cargo las del oído por la precisión, que el arte nuevamente excogitado les había impuesto. Los Sordo-mudos si se miraban faltos de ideas civiles y morales por la privación del oído; se miran desde este momento provistos de ellas, subministrándoselas la vista hecha supletorio del oído. Por este medio pasando ellos sus ojos por las líneas del escrito, a quienes han convencionalmente sujetado los hombres la modulación de los sonidos; comprenden con claridad los Sordo-mudos la significación de los caracteres señalados. Se transmiten de esta suerte las ideas al alma del Sordomudo, y este se comunica fácilmente con sus semejantes.

La comunicación de ideas, efecto dichoso de este raro invento, mostró claramente los rápidos progresos, que hacían los Sordo-mudos en todo género de ciencias. “Tuve discípulos, dice el mismo Ponce, discípulos Sordo-mudos de nacimiento, hijos de grandes Señores, y de personas muy principales. Les enseñé el habla, el leer, el escribir, contar, rezar, ayudar la Santa misa, a decorar el Catecismo, y a saber por palabra confesar. A algunos de estos mis discípulos enseñé también el latín y el idioma griego. A otros de los mismos les di muchas lecciones de Filosofía natural y Astrología, las que sabían, y encendían muy bien. Uno de estos sucedía a un rico mayorazgo y marquesado. Tenía todas las bellas cualidades, que adornan la nobleza. Era muy perito en la milicia, jugaba con mucha destreza toda suerte de las armas y montaba caballo de todas sillas. De los otros también algunos eran muy versados en las historias, tanto españolas como estrangeras; (sic) y sobre todo usaron de la doctrina, política y disciplina de lo que les privó Aristóteles.”

He copiado estas palabras de Ponce, aunque mejorado algún tanto su mal estilo, correspondiente al tiempo, que este autor vivía, para demostrar quanta puede ser la instrucción de los Sordo-mudos, y quan (sic) útil a la sociedad y a la religión ha sido el arte ingenioso del inmortal Ponce Benedictino.

Estos científicos progresos, felices resultados de este arte inventado en el siglo XVI, decayeron casi con total exterminio, no sin afrenta de nuestra nación Española, por el descuido criminal, que hubo en el siguiente de instruir a los Sordo-mudos. Se olvidaron por falta de compasión las reglas generales de tan alta ingeniosidad, y eso en tal extremo, que sepultadas aún con el mismo nombre de arte en la ignorancia de nuestro suelo, tuvo de renovarse, pareciendo más bien cosa inventada a principios del siglo pasado.

Semejante descubrimiento, que se tenía por nuevo, no podía menos que llamar la atención de los sabios. Voló la fama de invención tan útil a la religión, y a la sociedad por toda la Europa, y emplearon todos sus esfuerzos y conatos los más excelentes Filósofos. Publicaron éstos varias obras, y se distinguieron por su singular mérito las de Affinati, Balwer (sic), Holder, Sibscota y Lana.

Las especulaciones brillantes de estos, practicaron Juan Wallis en Inglaterra, Amman médico Suizo en Holanda, Haller en Silesia, Elias Eschulze en Dresde, en París el español Rodríguez Pereira. Todos estos ejercieron ese magisterio tan útil y piadoso con ventajas admirables, y sobre todos ellos el noble Pereira con tan felices progresos, que el Abate L’Epee, Sacerdote, nunca bien elogiado, dixo de nuestro benemérito Español estas palabras: El Sordo-mudo Saboreux de Fontenai ha hecho mucho honor a Pereira, y se halla el dicho mudo en estado de escribir obras, y darlas a pública luz.

L’Epee, este sacerdote dignísimo, amante del bien de la sociedad, que así elogia a nuestro Pereira, es aquel varón literato a cuyo eficaz y caritativo zelo, (sic) estaban guardados los últimos esfuerzos para dar un realce lustroso al arte de instruir a los Sordo-mudos. Rasgos, que por ellos había de merecerse el aprecio de todas las naciones cultas, pasando su inmortal nombre de generación en generación. París, capital del vasto reyno (sic) de Francia celebra en sus anales de los hechos científicos de los discípulos de este respetable Maestro, las pruebas de la instrucción de estos, que se vieron evidentes en los ejercicios literarios celebrados en los años 1771 y 1772. Las instrucciones tan sabias que este Sacerdote ha dado a sus alumnos; al paso que han admirado al público por los frutos opimos que han producido, han sido el objeto de la sabia atención de la Real Academia de las Ciencias de París.

Gloria, pues eterna a todos estos varones ilustrados, que trabajaron en objeto tan recomendable. Trabajo, cuya molestia no basta el oro para recompensarla. Solo sí, la paciencia indispensable para ejercer ese magisterio, puede esperar de Dios el galardón.

¡O infelices Sordo-mudos! ¿cómo lo haríais si esta faltase? ¿cómo llegaríais a formar la escritura, y leer sus caracteres, si la molestia que acompaña ese magisterio no la quisiese sufrir el que os enseña? Sin saber leer y escribir ¿cómo lo haríais? ¿cómo saldríais del penoso estado en que vivís? ¿cómo nos manifestaríais vuestros pensamientos? Muchas vezes( sic) os sucedería que tendríais derechos legítimos, otras, necesidades, o aflicciones grandes, y sino sabéis de leer y escribir ¿quién tendrá tanta perspicacia para adivinar lo que vosotros os esforzaríais a insinuar? Si alguno os hiciera injuria en vuestras personas, o en vuestros bienes; sino sabéis de leer y escribir ¿cómo podríais reconvenirle? Si os acusasen justa o injustamente ante un Juez, u otra persona; sino sabéis de leer y escribir ¿cómo podríais reconvenirle Y sí por último, os incumbe el viajar por vuestros negocios, o por encargo a tierras distantes; sin saber leer y escribir ¿como podríais daros a entender con gente que no tenéis tratada, y que ignoran vuestro idioma pintoresco? Reflexiones son estas tan interesantes señores, y tan sensibles, que no puede menos cualquier literato, que hallarse penetrado al considerarlas de la necesidad de la instrucción, que tiene los Sordo-Mudos por medio del arte ingenioso de Ponce, considerándolos atentamente baxo (sic) el respecto civil.

Ni menos útil, y necesaria para ellos debe juzgarse la instrucción de las ideas teológicas y de sana moral, tan indispensables para el logro de su eterna salvación. La idea tan principal, y necesaria de la existencia de Dios, es cierto y constante por el examen que de los Sordo-mudos se hace, que no la han entendido ni poseen antes de ser instruidos. Y aunque muchos opinarán que la providencia divina no faltará en subministrarla, ya o por inspiraciones o por alguna inteligencia celestial, o aya (sic) porque hará su divina Magestad, que la luz que brilla en la mente del Sordomudo le conduzca por conseqüencias (sic) ciertas de lo visible a lo invisible; semejantes cosas extraordinarias no deben esperarse, dice el grande Agustino, quando por medios humanos puede conseguirse. Ni deban reputarse los Sordo-mudos incapaces de este conocimiento, por más que para ello obste la falta del oído, según el opinar de algunos Teólogos críticos. Yo bien se, que la opinión de ellos se funda en aquella terminantes palabras del Apóstol San Pablo: Fides ex auditu. No hay duda, que la fe debe indispensablemente recibirse por el conducto del oído, en todos los que tienen este sentido. Pero también se, que muchos interpretan las palabras del Apóstol después de haber descubierto su arte el inmortal Ponce, Fides ex auditu, vel per aliquid suplens auditum, como en los Sordo-mudos sucede, que a la falta del oído para recibir ideas, suple la vista, que comprende la significación de los sonidos modulados, que van pintados en las líneas de la escritura.

¡Quan de agradecida debe estar la posteridad de Ponce por la excogitación (sic) de un arte tan interesante! ¡Quán tiernamente debe recordar en sus anales la religión Benedictina a este ilustre varón, que con su inexplicable zelo y ardiente caridad ha sabido ser un miembro tan útil al Santuario y a la sociedad!. Y los pastores de la iglesia santa; ¡que satisfacciones tan dulces deben enternecer sus paternales corazones, quando ven ahora a esa porción suya desgraciada de su rebaño, los Sordo-mudos, ilustrados con las ideas infalibles de la religión, y de la divina creencia! ¿Qué triste quadro (sic) para ellos, quando, (sic) antes miraban a estos con la mayor amargura, sumergidos en el caos de la ignorancia, embrutecidos con la materialidad de las bestias, y que faltos del pan saludable de la instrucción, iban sin remedio a ser víctimas infelices del lobo infernal… Respirad; o Prelados Eclesiásticos, se acabó el día de vuestro dolor y llanto. Alegraos, mirad, que si los Sordo-mudos refrenan los impulsos de codicias, zelos, (sic) iras, venganzas, concupiscencias, que acometiendo a sus semejantes harían con ellos los peores estragos; resultado es del arte, invención del ilustre Ponce.

Si saben leer su obligación, y el modo de pelear contra los enemigos de su alma; resultado es del arte: Si conocen las infinitas perfecciones de Dios; si los beneficios que todos los instantes recibimos de su liberal mano; resulta-do es del arte. Si comprehenden algunos asuntos de la moral evangélica; resultado es del arte. Si aman a Dios y si le temen; resultado es del arte. Si se confiesan, si gustan el pan dulce de los Ángeles; resultado es del arte. Finalmente si se ven como segunda vez criados; si son miembros útiles a la religión y a la sociedad; resultado es del arte. ¿Quién dudará, pues, de los progresos tan útiles, que pueden hacer los Sordo-mudos? ¿Qué hombre negará la utilidad, que resulta a la sociedad, si se considera el objeto a que se dirige la instrucción de este arte? ¿Qué literato no confesará los rasgos admirables del genio, y de la humanidad? ¿Y, que corazón sensible no se enternecerá, al ver que la beneficencia se dedica a favorecer estos seres tan desgraciados? Sí. No puede menos qualquier (sic) miembro digno de la sociedad que defen¬der la utilidad de la planificación de tan útil y piadosa enseñanza. La religión y la humanidad con justo agradecimiento aplaudirán este establecimiento tan interesante.

Sordo-mudos: mirad la Academia, que os presentan el zelo (sic) de vuestro Maestro y la protección de este Magnífico e Ilustre Ayuntamiento. La felicidad desde el día de hoy, os llama. No despreciéis, pues, el beneficio de la educación que tan liberalmente se os dará por las lecciones dictadas deste (sic) esta honrosa silla. Se halla vuestro instructor por disposición de su Reverendísimo, exonerado de las cargas de su Comunidad, para poderse mejor ocupar en las ideas instructivas, que ilustrarán vuestra razón antes ociosa y sin ejercicio. Venid, pues, y recoceréis los resultados felices, que os provendrán del ingenio, y de las reglas del arte. Los literatos, los hombres grandes, todo el público esperan, aguardan con los más vivos deseos el día glorioso de este importante instituto. Venid, vuelvo a decir, amados alumnos míos, porción desgraciada de la especie humana, venid, supla lo interesante de vuestros ojos lo que falta a la eloqüencia (sic) de mis palabras: todos los corazones sensibles, todos los amantes de la sociedad alégrense, y regocíjense con vosotros, que vais en este día a recoger los bienes, que dispensa Minerva, y bendigamos todos nosotros a una voz la bienhechora mano, que os protege, y os extrae del caos de vuestra confusión y desgracia, y purifica vuestra mente de las ideas, que os tenían sumidos en el fatal estado del embrutecimiento.

Dixe.

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