Por Antonio Gascón Ricao [1]
Barcelona, 2010.
Sección: Artículos, historia.
Hacía ya tres años que Goya, por causa de una enfermedad, había quedado definitivamente sordo, cuando casualmente fueron a converger en la Corte de Madrid, con apenas dos años de diferencia, dos sordomudos aragoneses: Gregorio Santa Fe y Francisco Roberto Prádez Gautier.[2] Cada uno de ellos y por motivos diferentes fueron foco de atención y admiración de la Villa y Corte.
Pero, en esta ocasión vamos a limitarnos a Gregorio Santa Fe, el primero de ellos en orden cronológico en aparecer en ésta historia, y protagonista muy abandonado por la propia Historia, aunque la suya personal nos permitirá presentar a una serie de personajes, que durante el período que abarcan los años 1794-1814, jugaron un papel relevante en los primeros intentos encaminados a la educación de los sordos en el Madrid de Goya, que al final fructificaran en la creación del Real Colegio de Sordomudos de Madrid en 1805.
La Carta de José Miguel Alea al Diario de Madrid
En 1795, El Diario de Madrid[3] publica una carta dirigida al editor firmada en su caso por José Manuel Alea, titulada: En favor de los sordomudos. Alea, el autor, era hombre comprometido con las nuevas corrientes culturales que provenían de Europa. La prueba fue que diez años más tarde, en 1805, Godoy lo nombró, presidente de la Comisión del Instituto Pestalozziano, institución pedagógica, creada por una Real Orden de febrero de dicho año.
En 1810, y en plena Guerra de la Independencia, Alea, decidió colaborar con los franceses, pasando a formar parte de una comisión cuya tarea fue la de seleccionar pinturas de las iglesias y conventos de Sevilla que después debían ser entregadas al gobierno francés de ocupación. En 1811, Alea substituyó al entonces director de la Escuela de Sordomudos de Madrid, Juan de Dios Loftus, haciéndose cargo de la educación de los mismos.
Colaboró igualmente con los invasores, al ser consejero de José Bonaparte, posturas políticas que le obligaron a tener que emigrar a Francia al concluir la guerra, en 1813, junto con 12.000 familias más, que al igual que él, habían sido, de forma voluntaria, servidores del rey francés. Pocos años más tarde, Alea morirá ahogado en el río Garona, pero muerte que se producirá en extrañas circunstancias.
En aquella carta abierta de 1795, Alea, nos legó todo tipo de noticias de un recién llegado a la Corte, Gregorio Santa Fe:
“Hace pocos meses que vino a esta Capital Gregorio Santa Fe, natural de Huesca en el reino de Aragón, de edad de 22 años, sordo y mudo de nacimiento es huérfano de padre y madre, y la miseria le reduxo (sic) a la extremidad de abandonar su patria y venir a la Corte con ánimo de presentarse a SS.MM. y excitar su real conmiseración, a fin de lograr una pensión o subsidio para aprender el dibuxo (sic) y la pintura, a que tiene natural inclinación.”
Pero en realidad lo que más sorprendió a Alea fue que Gregorio siendo sordo, tuviera la gran facilidad de poder leer los labios de las personas oyentes, eso sí, respondiendo siempre por escrito, algo realmente sorprendente para la época. Alea trabó conocimiento con él en una representación teatral a cargo del gran actor Querol,[4] donde Gregorio “por sus ademanes de manos y cabeza, por sus señales de aprobación o reprobación hechas a tiempo, por su risa o ceño, según requería el pasage,(sic) llegue a creer que no era sordo sino mudo por defecto de la lengua.”
A las preguntas de Alea sobre quién había sido su maestro, Gregorio, le respondió que:
“…le había enseñado el Padre Diego Vidal de la Escuela Pía, conventual del Colegio de Santo Tomás de Zaragoza, el cual había estado en Bolonia en otro tiempo, que había sido antes Jesuita, y que le había empezado a enseñar desde la edad de los 5 años hasta la de 10 y medio.”
El maestro misterioso
Santa Fe explicaba que Vidal, primero le había enseñado por los dedos, y después por el movimiento de los labios. Su padre, Don Pedro Santa Fe (secretario del Santo Oficio de Zaragoza),[5] y ya fallecido, se había criado en la misma casa que el Padre Vidal, y éste le había enseñado por la estrecha amistad que se profesaban desde la niñez su padre y el escolapio Sin embargo, apuntó, que en el Colegio de Santo Tomás se desconocía esta habilidad del P. Vidal, ya que las lecciones eran privadas y tenían lugar en su propia casa.
Otro de los misterios de aquella historia es que el Padre Diego Vidal, miembro de los escolapios en el Colegio de Santo Tomás de Zaragoza, y al parecer antiguo jesuita, según el comentario de Santa Fe. No figura en la relación de maestros de dicho colegio, es más, la orden escolapia tampoco lo reconoce como miembro propio al no figurar en ninguno de sus archivos. Detalle que Julio Ruiz Berrío[6] dará por bueno en 1970 al citar a Juan Manuel Ballesteros, que publicó dicha noticia en el número 1 de su “Minerva de la Juventud Española”, editada en 1833.
Después de innumerables pruebas por parte de Alea, que no acababa de creerse el portento, éste lo presentó a Fernández Navarrete, maestro de sordomudos, y encargado por Carlos IV desde hacía un año, de una aula en las Escuelas Pías de San Fernando donde se impartían, por primera vez en España, clases para sordos bajo la protección de la propia Corona.
La intervención de Fernández Navarrete
Fernández Navarrete, discípulo del romano abad Silvestri, a su vez discípulo del abate francés L’Epée, quedó enormemente sorprendido, reconociendo que jamás había visto semejante facilidad en sordos ilustrados, ni aun entre los propios alumnos de L’Epée ni de Pereira, español que impartía su magisterio en Francia, y que en aquellos años era la admiración de Europa.
Navarrete al igual que Alea, se dedicó a realizar pruebas con Gregorio, dictándole una carta, en presencia de otras personas, que no oían lo que se le dictaba, cumpliendo éste a la perfección. La habilidad era tal que era capaz de leer perfectamente los labios de una persona reflejada en un espejo. Trataron incluso de engañarlo, simulando que hablaban con él sin decir nada concreto, con el consiguiente enfado de Gregorio, poco amigo de aquel tipo de bromas.
Era capaz de interpretar conversaciones entre dos personas, que estuvieran hablando en secreto, a una distancia más que regular, copiando por escrito la conversación. Igualmente era capaz de captar y escribir palabras en inglés o francés, con independencia de desconocer aquellos idiomas. Una característica de Gregorio era imitar el mismo las mociones de los labios de sus interlocutores. Al insinuársele que no lo hiciera, éste replico que “sin esta diligencia nada entendería”.
No dejaba de sorprender la habilidad de Gregorio, porque era sabido, que tanto L’Epée como Pereira, también trataban de enseñarles a sus alumnos este sistema. Pero, ambos coincidían que las lecturas debían ser pronunciadas pausadamente y medio entonadas, para que algunos alumnos las captasen. Por lo largo de la operación no la utilizaban ordinariamente, e incluso L’Epée reconocía que: convengo que (la) hago mal. Así, no era extraño que Gregorio causara admiración, y en particular entre los profesionales.
Navarrete, pensando en sus alumnos, llegó a afirmar que, de muy buena gana se constituiría discípulo de Gregorio, si éste se avenía a enseñarle los principios del alfabeto labial. Compadecido Navarrete de la situación tan precaria de Gregorio, y tal vez pensando que con la proximidad podría acceder al conocimiento, se brindó a hacer gestiones para proporcionarle una colocación, en la espera de que fructificaran las realizadas por el propio Santa Fe, y mientras pasó éste a residir en la propia casa de Navarrete.
Un férreo secreto
Intentaron en varias ocasiones, tanto Alea como Navarrete, sonsacarle los principios del arte, apuntando Gregorio únicamente, que el P. Vidal le había enseñado al principio con el arte del inglés John Wallis, y que le daba ciertos preceptos que no quería revelar. También le preguntaron si estaba dispuesto a enseñar a otros sordos con el método de Vidal a lo que contestó: Que si, con tal que hiciesen lo que él les dixise (sic) y se aplicasen.
Insistiendo que dónde estaba el artificio del método Vidal, Gregorio, siempre respondía que no se lo revelaría a nadie, limitándose a explicar que El P. Vidal me ha enseñado con una sutil idea, que es fácil. Ante la cerrazón de Gregorio cambiaron de técnica tratando de conseguir más noticias sobre el P. Vidal, con la esperanza de llegar a conocerlo. El tema concluyó rápido, al responder Santa Fe que el escolapio había muerto en Andalucía cuatro años atrás (1791).
No es sorprendente el silencio de Gregorio en lo referido al sistema, ya que este hecho fue, durante siglos, una pauta habitual de los maestros de sordos españoles. Así, tenemos los ejemplos de Pedro Ponce Ponce de León, de Manuel Ramírez de Carrión o del mismo Pereira, que se llevaron a la tumba los fundamentos de su educación, obligando a sus discípulos, en algunos casos, incluso bajo juramento, a no hacer público el sistema. En el caso del maestro de Gregorio, el P. Vidal, se vuelve a repetir la historia.
A Alea, el conocimiento de Gregorio, le llevo a reflexiones de tipo intelectual que expresa a todo lo largo de su artículo, sobre el grado de escolarización de los sordos que él había tratado, lo que nos permite, también de paso, el poder conocer, dos siglos más tarde, el nivel alcanzado por éstos tras la enseñanza recibida en aquélla época.
Así, Alea nos explica:
“Los sordos y mudos que he visto muy diestros en entender lo que se les dice, ni menean sus labios, ni copian los movimientos labiales de los que le hablan como hace Gregorio Santa Fe; y por consiguiente solo entienden las cosas en general y por mayor; pero no son capaces de trasladar al papel las mismas expresiones y palabras, como éste, que sin duda puede servir de Secretario en ciertos casos, siempre que haya luz.”
Otra conclusión de Alea fue que Gregorio, a diferencia de los sordos y mudos ordinarios, que bastaba que entendieran alguna letra o varias por el movimiento de los labios, para que éstos comprendieran el concepto, pero que nunca había conocido uno que entendiera toda la conversación, como en su caso.
También, gracias a la curiosidad de Alea, podemos conocer el propio nivel de conocimientos alcanzado por Gregorio en la etapa de su escolarización:
“Sabe la doctrina christiana con mucha perfección, y escribe medianamente aunque con mala ortographia, efecto sin duda de que la ha olvidado al cabo de once años y medio que el P.Vidal le ha dejado; pero tiene un talento agigantado para todo cuanto le quieran enseñar, y no dudo que sería uno de los buenos pintores de España, si su situación fuese menos incómoda para poder entregarse libremente al ejercicio (sic) de este arte liberal.”
Las causas por las que Gregorio no articulaba ninguna voz fue igualmente analizada por Alea. Tenía éste: tan pegada la extremidad de la lengua a la parte inferior de la boca, que no la levante sobre los dientes de abajo, pues de lo contrario hablaría como los demás, porque sabe medianamente la lengua castellana. Alea apunta que el defecto es de nacimiento, y que de tratar de cortarle los ligamentos inferiores, quizá podría morir, de acuerdo con la opinión de los facultativos de la época.
No conforme Alea con lo visto y oído, volvió a pedir otra opinión sobre Gregorio a un nuevo personaje que no cita, pero que no es difícil de identificar por los detalles: …he sabido que se hallaba en esta Corte el sugeto (sic) español que el Abate l’Epée, cita en su arte, como uno de los más adelantados en la inteligencia de sus signos methódicos, aunque sin ser sordo ni mudo solo por mera afición y curiosidad.
Aparece en la historia Rouyer
Se trataba de Antonie-Joseph Rouyer,[7] que en contra de la afirmación de Alea, no era español, sino francés. Nacido en Paris y diplomado por su Universidad, Rouyer había vivido la mayor parte de su vida en Madrid donde su padre era el dentista del rey. Después de haber estudiado los métodos de L’Èpée en la capital francesa, había viajado a Madrid a principios de los años 1790 con la intención de fundar una escuela para sordos, pero había sido incapaz de realizar sus planes. Unos años más tarde, en 1801, Rouyer propondría a la Sociedad Económica de los Amigos del País su proyecto que le fue aceptado, en principio.
De esta manera Alea y Gregorio encaminaron sus pasos en dirección a la casa de Rouyer. Éste, después de realizar con Gregorio diversas experiencias confesó a Alea que: …ni entre los discípulos de L’Epée ni en ningún otro país, había hallado un sordo tan diestro en el arte de entender por el movimiento de los labios, como nuestro Gregorio deSanta Fe.
Añadiendo que:
“…la habilidad de este muchacho era prodigiosa y nunca vista, particularmente si se atendía al escaso tiempo de cinco años y medio que el P. Vidal había empleado en enseñarle a leer, escribir y entender por el movimiento de los labios… y aseguraba Rouyer: … que el mérito del P. Vidal era digno de eterna memoria por haber dexado (sic) en Gregorio Santa Fe un monumento vivo de su talento y Caridad.”
Lo triste de aquella historia tan singular, dada a conocer por Alea, fue que nunca más se tuvo noticias de nuestro personaje, pues su nombre no aparece en las listas de alumnos de la Academia de San Fernando ni tampoco figuró entre los alumnos conocidos de Navarrete. Éste no debió conseguir el secreto del P. Vidal, ya que la clase de sordos que regentaba en el colegio de las Escuelas Pías languideció por falta de alumnos, suprimiéndose definitivamente, a causa del fracaso en 1802.
Según la docta opinión de Alea, las causas por las que no asistían los discípulos residían en la preocupación de la gente, acerca de la seguridad y certeza de los principios del arte, teniendo en cuenta los pobres resultados de la enseñanza. Cosa bien diferente si Navarrete hubiera podido impartir el sistema que se había utilizado con Gregorio. Mientras tanto éste desapareció de la historia, no sabemos si por muerte o porque tornó a su Aragón natal, perdiéndose así su pista. Tampoco poseemos noticias de si llegó a ejercer o no el magisterio para el cual parecía estar bien dotado, una auténtica pena.
A modo de conclusión, utilizaremos el final de la carta de Alea, que la cierra con dos utópicos deseos muy al gusto de la época: ¡Ojalá se erigiesen en todos los Museos del orbe culto las estatuas de los bienhechores del hombre! ¡Ojalé se estampasen en todas las páginas de los anales del género humano los dulces nombre de Ponce, Bonet, l’Epée y Vidal! Así sea, rematamos nosotros.
Notas
[1] Antonio Gascón Ricao (1999) Trébede. Mensual aragonés de Análisis, Opinión y Cultura, númº. 28-29, julio- pp. 75-80.
[2] Antonio Gascón Ricao Roberto Prádez, las últimas noticias, sobre el origen de sus ingresos, incluida su corta y mínima carrera como grabador, Cultura sorda, (en prensa).
[3] Carta dirigida al editor del Diario de Madrid. La Academia Calasancia, XVI, 1906-1907, pp. 353-361.
[4] Mariano Querol, autor y actor cómico, nacido en Toledo, actuó en los escenarios de Madrid desde 1780 y hasta 1809, año en que se jubiló, falleciendo en aquella misma ciudad el 12/9/1823.
[5] El nombre del padre, no aparece en ningún registro de la Inquisición de Zaragoza, es más su apellido huele más bien a converso.
[6] Julio Ruiz Berrío (1970) Política escolar de España en el siglo XIX (1800-1833), Madrid
[7] A. Gascón Ricao y J. G. Storch de Gracia y Asensio, Historia de la educación de los sordos en España, y su influencia en Europa y América, Editorial universitaria Ramón Areces, Colección “Por más señas”, Madrid, 2004. Ver el “affaire” Rouyer (1803-1804), pp. 283-288.
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