Por Rosa Aronowicz[1],
Buenos Aires, 2010.
Sección: Artículos, psicología.
“Un deseo sin goce deja a la vida con la pena de vivirla…”
El Deseo del Analista – Javier Aramburu
Constitución subjetiva. Fort da – Privilegio de la mirada
Tanto Freud como Lacan, plantean la constitución subjetiva desde diversos enfoques según el momento de sus elaboraciones, y mi idea de trabajar fundamentalmente a partir del juego y del concepto del fort – da, es porque la falta de audición implica una dimensión distinta de la mirada, que determina inevitablemente la modalidad de vinculo. Freud, tanto en Tres ensayos … al plantear la angustia infantil, como en la 25 conferencia sobre la angustia, cuando se refiere a las primeras fobias de los niños – la oscuridad y la soledad, menciona el ejemplo de un varoncito de 3 anos, a quien cierta vez oyó rogarle a la tía que le hablara. Desde una habitación contigua, angustiado por la oscuridad, decía “Tía, hablame, tengo miedo. Pero, de que te sirve, si no puedes verme? y respondió el niño: Hay más luz cuando alguien habla.
Por tanto, la añoranza en la oscuridad se trasforma en angustia frente a la oscuridad”[2]. La voz produjo efecto en el niño; escuchar, tranquiliza … En el caso de los niños o adultos sordos, dicha experiencia no solo no es efectiva, sino que además, tanto la oscuridad como la ceguera, les provoca espanto.
Lacan en “El estadio del espejo … ” afirma que para el sujeto la imagen tiene efectos sobre el cuerpo y define a la identificación como “… la transformación producida en el sujeto cuando asume una imagen”[3]. Observa que el bebe entre los 6 y 18 meses -a diferencia del mono-, inmerso en la “impotencia motriz”, en una total dependencia para vivir, cuando ve su imagen en el espejo demuestra un “jubiloso ajetreo” y dicha imagen es la que va a determinar “la matriz simbólica del yo”, es decir, su manera de verse y ver el mundo.
Dicha experiencia autenticada por el Otro, refleja una imagen virtual (a), respecto de la cual Lacan, en el Seminario 10, sostiene que “esta imagen se caracteriza por una falta (…) orienta y polariza el deseo, tiene para él una función de captación. En ella el deseo esta, no solo velado, sino puesto esencialmente en relación con una ausencia”[4]. Mas adelante aclara que “la posibilidad de la ausencia es eso, la seguridad de la presencia. Lo mas angustiante que hay para el niño se produce, precisamente, cuando la relación sobre la cual se instituye, la de la falta que produce deseo, es perturbada … al máximo cuando no hay posibilidad de falta, cuando tiene a la madre siempre encima, en especial limpiándole el culo, modelo de la demanda … que no puede desfallecer”.
En los casos de chicos sordos, cuando el significante es solo ruido casi inaudible o desencadenado de la batería significante y, por ende, la palabra no es significada como tal, cuando la imagen es lo primario en la modalidad de vinculo, la mirada es casi la única posibilidad de aprehender el entorno, y determina que si algo no esta dentro del campo visual, no existe. Para ellos el juego de las escondidas esta obstaculizado: cómo referir que no estoy mientras me tapo la cara? La sustracción o desfallecimiento momentáneo, de la presencia del Otro, no juega. La presencia de la voz que nombra la ausencia, desaparece.
En numerosas ocasiones, la pregnancia de la imagen sumada a la preeminencia de la mirada, suscita en los padres una insistente respuesta: “como vamos a decirle que no, a limitarlo si ya esta limitado, no escucha … tenemos que ponerle mas limites? … ”, y de este modo, confunden la falta de una función (la sordera) con la otra falta, que es estructurante y necesaria, para orientar y polarizar el deseo. Una mama, que ubicaba a su hijo hipoacúsico, de 7 años, como “pobrecito” -por efecto del trabajo analítico se reconoce sorprendida: “el otro día enojado, me dijo mamá me escuchas y cuando le conteste sí, igual que vos a mí, se fue … ”. Por primera vez, la mamá al “olvidar” la sordera de su hijo, hizo un movimiento a partir del cual no solo pudo “no estar encima” sino también al no responder a la demanda, puede instaurar una falta, y a partir de la cual, podrá producirse el deseo.
Para Diana[5] (hipoacúsica, arquitecta, caricaturista … ) las personas no solo se diferencian por su condición sexual (nene – nena) o su dificultad motriz (utilizar silla de ruedas), sino también por una nueva clase: el déficit auditivo (hipoacúsico/sordo – hipoacúsica/sorda). Ella en su caricatura se revela como audífono, travestida “de nena”; ella “es” un audífono, “es hipoacúsica” y a partir de ese rasgo de identificación, nombra su ser y el certificado de discapacidad la avala … En ocasiones, lo importante es que el niño “escuche”, haga “discriminación auditiva”, use el audífono, repita palabras … olvidando por completo que es un sujeto. Están convencidos que si no fuera por la pérdida auditiva, “única causa de dolor y tormento”, serian felices y no tendrían problemas.
Lacan afirma: “tomemos solamente un significante como insignia de esa omnipotencia (materna) … el trazo unario que, por colmar la marca invisible que el sujeto recibe del significante, enajena a ese sujeto en la identificación primera que forma el ideal del yo”[6]. De este modo, Diana-audífono-nena está más del lado del signo (lo que representa algo para alguien) que del significante (es lo que representa a un sujeto para un ser significante), como si la barra que separa al significante del significado pudiera reducirse o borrar la hiancia entre los dos registros del lenguaje.
Podemos hablar de holofrase? El déficit auditivo produce cierto “aplastamiento” del sujeto, que los lleva a armar un conjunto de exceptuados, al margen también del discurso?
Adquisición del lenguaje
En 1920, Freud en el punto II de su trabajo “Mas allá del principio de placer”, después de estudiar el “oscuro y árido tema de las neurosis traumáticas”, a través del juego infantil, se dispone a desarrollar el análisis del aparato anímico.
Reseña que estando en casa de su hijo evidencia que su nieto, repetía un hábito muy molesto, que era el de arrojar muy lejos de si todos los pequeños objetos que encontraba al alcance de su mano y al hacerlo decía o – o – o, fort.
Descubre que lo que lleva al niño a jugar de manera repetitiva, ese desaparecer y volver a encontrar el objeto, era “su renuncia pulsional (renuncia a la satisfacción pulsional) de admitir sin protestas la partida de su madre”[7].
Lacan va a retomar este juego y lo presenta como paradigmático, para demostrar en principio, que en esta alternancia estructural, o o o – a a, Fort da, en esa primera manifestación de lenguaje propia del orden simbólico se constituye el sujeto.
En el Seminario 1, se ocupa del ejemplo del Fort da, y afirma que la única salida al masoquismo del estadio del espejo, es a través de la articulación entre los registros imaginario y simbólico; gracias al juego el niño suple la tensión dolorosa, al dominar la angustia que le provoca la ausencia de la madre, el objeto amado. “Lo importante es que hay allí, desde el origen, una primera manifestación de lenguaje. Mediante esta oposición fonemática el niño trasciende, lleva a un plano simbólico, el fenómeno de la presencia y de la ausencia. Se convierte en amo de la cosa, en la medida en que, justamente, la destruye”[8].
Con el surgimiento del lenguaje el deseo se humaniza. Con el símbolo (entendido como “asesinato originario de la cosa”) se anula la cosa existente y se abre el camino de la negatividad. Es en “Función y Campo de la Palabra…” donde plantea Lacan que la palabra “es una presencia hecha de ausencia, la ausencia misma viene a nombrarse… nace el universo de sentido de una lengua donde el universo de las cosas vendrá a ordenarse”[9].
Se constituye en sujeto del lenguaje y la realidad se va construyendo a través del juego infantil. .Que pasa cuando los niños nacen sordos o pierden la audición precozmente?
Por la dificultad con que se encuentran para la apropiación del lenguaje, la palabra es tomada al modo del signo saussureano, se suelda a la cosa y es aprendida, o mejor dicho, es aprehendida de a una, más una, más una.
Suponen que “el concepto es la cosa misma[10]”, como si la palabra pudiera reabsorber en su totalidad al referente, como si la palabra fuera idéntica a la cosa, sin contabilizar el resto que no es absorbido por el campo significante. El significante no es una etiqueta pegada a la cosa. Desde el juego del Fort-da, podemos pensar que el niño necesita de cierta secuencia temporal: primero surge el Fort, seguido del Da y recién en el tercer tiempo vuelve a aparecer el Fort, como el Fort de un Da, retroactivamente.
Es en la repetición, en la secuencia, que el Fort llama al Da, haciendo de este, el Da de un Fort.
En el caso de los niños sordos, cuando se adhiere la palabra a la cosa, cuando el ruido o un movimiento de los labios (la lectura labial) se fija al dibujo, cuando el significante es igual al significado y el lenguaje es solo una sumatoria de palabras, aisladas, fuera de contextos y sin nexos, el resultado inevitable es, como sostiene Francoise Laborit, una “miseria simbólica”, que solo favorece el desamparo, una mayor dependencia al Otro, y también “debilidad mental”, al quedar S1 – S2 holofraseados.
Asimismo, como pensar la afirmación de Lacan “es el mundo de las palabras el que crea el mundo de las cosas[11]”, en el caso de los niños sordos, si significante y significado están pegados, cuando los objetos no están y/o tampoco están las palabras, como pensarlo? La adquisición del lenguaje se obstaculiza porque adquieren solo “signos” o “etiquetas”, en lugar de una estructura minima: un significante que se opone a otro para así, y solo así, producir un efecto de significación. En estos casos, se coagula S1, S2, -la holofrase- el lenguaje no se hace palabra – no solo audible sino transmisible.
En la alternancia estructural o o o a a, Fort-da, la presencia y ausencia toman su llamado la una de la otra; en el caso de los chicos sordos, el balbuceo está presente pero por falta de audición se pierde. El juego también esta presente, en su dimensión simbólica, pero en ocasiones, es más importante el ruido que el otro tiene que escuchar que la dimensión simbólica de la palabra, el sentido del discurso. Para ellos, la palabra solo es su sonoridad, los chicos aprendan a hablar, con mucho esfuerzo y dedicación: “hablan”, leen, escriben … pero en muchísimos casos, es a costa de perder la lectura entre líneas, la polifonía de la lengua, su dimensión metafórica. Olvidan que “el inconciente esta hecho de lenguaje”[12] y que en el decir “allí se arrastra, allí se desliza, allí se escabulle, como el anillo del juego, eso que llamamos deseo”[13]. El adiestramiento auditivo reduce la función del significante solo a la nominación de la cosa.
En el Seminario 4 Lacan vuelve a trabajar el tema del Fort-da y esta vez, articulado con el concepto de frustración y de grito – llamado. Con relación a la frustración afirma que siempre es el resultado de la negación de un don, entendiendo al don como símbolo de amor. Sostiene que la llamada es el primer tiempo de la palabra y como lo demuestra el Fort-da no puede sostenerse aisladamente, es decir, que el grito es lo que le exige enfrentarse con su opuesto, se hace oír cuando el otro no esta. Es aquí donde la madre aparece con su omnipotencia puesto que es quien puede responder o rehusar al llamado: “la dimensión de la omnipotencia, la Wirklichkeit, que en alemán identifica omnipotencia con realidad. La eficacia esencial se presenta de entrada como la omnipotencia del ser real de quien depende, de forma absoluta y sin recurso posible, el don o el no don”[14].
En el caso de los chicos hipoacúsicos o sordos, al faltarles la palabra (y la lengua de senas), con mayor dependencia y desamparo, pareciera que esa wirklichkeit, esa realidad, los deja a merced de la madre, como Otro de la palabra, sin faltas y sin fisuras, quedando ellos más del lado de la impotencia y la anorexia mental o el capricho como únicas formas de negativismo y resistencia.
En la práctica se observa que con o sin implante coclear, son muchos los casos de niños de 2, 3, 4, 5 años o más grandes que no adquieren la palabra o lo hacen de manera insuficiente, perpetuando el grito y el capricho.
La falta de palabras se duplica y se potencia: los padres no pueden “hablar” sobre lo que sienten y los niños tampoco lo hacen por falta de lenguaje. El pasaje del Otro del lenguaje al Otro del deseo, fracasa y sin el don de la palabra y del amor, se facilita solo la dependencia casi absoluta. Sin la angustia por la perdida del amor, que posibilita la constitución del superyo, tampoco se auspicia la renuncia al goce y muchas veces, allana así el camino a la psicosis.
Lacan, en el Seminario 11, cuando plantea “la esencia misma del lenguaje”, presenta la experiencia pavloviana y sostiene que un animal jamás aprenderá a hablar, precisamente, porque por más “acondicionado” que sea, “el animal no esta llamado a preguntar por el deseo del experimentador”.
Es desde esta lógica que, tal vez, podamos pensar porque la mudez esta tan asociada a la sordera, porque “su hija esta muda”[15]. Lacan sostiene que “la dimensión psicótica se introduce en la educación del débil mental en la medida en que el niño, el niño débil mental, ocupa el lugar … de ese S, respecto a ese algo a que lo reduce la madre – el mero soporte de su deseo en términos oscuros … Esta solidez, esta captación masiva de la cadena significante primitiva impide la apertura dialéctica que se manifiesta en el fenómeno de la creencia”[16]. Cuando la madre es un Otro sin barrar, el destino del hijo seguramente será el de permanecer objeto de ese deseo/goce materno.
Sin el don de la palabra y sin el límite que impone la “Ley”, se predispone al niño a perderse en la anarquía de las pulsiones. Por otra parte, como inimputables quedan exceptuados legalmente a pagar por sus actos y sin deudas, sin don y sin amor, no hay renuncia pulsional, ni goce que condescienda al deseo.
Debilidad mental
Eric Laurent en El goce del débil[17] sostiene que en la debilidad “hay una relación particular del ser con el saber” que se caracteriza por una “evidente relación en la que de él nada comprende”. A diferencia del sujeto psicótico que queda fuera del discurso, el débil queda en una “relación de exterioridad”, al margen del discurso. Como en la caricatura de Diana, al margen de los hombres, las mujeres y los discapacitados: sordos, que por otra parte, tampoco juegan ni los juegos olímpicos ni los paralímpicos, ellos tienen sus propios juegos olímpicos, su International Deaflympic Committee.
Al igual que para el débil mental, para el sordo, “el universo no es más que el reflejo de su cuerpo … se trata de un cuerpo como Uno, no fusionado con el de la madre, sino consigo mismo. Coloca en el lugar del ideal que sostiene la estructura en la fragmentación, la verdad del Uno del cuerpo.” “Yo sordo” es la tarjeta con la que se presentan y que les permite “hacerse los sordos” cuando se evoca algo del deseo del Otro y el sujeto esta convocado a descifrarlo.
Siguiendo a P. Bruno, Laurent afirma que el débil se caracteriza por una “resistencia sostenida… contra todo lo que podría cuestionar la verdad del Otro del significante, para poder precaverse mejor de las dudas que lo asaltan concernientes al Otro de la Ley, el amo es el amo del saber”.
“Yo sordo, no sé … preguntale a …” es la respuesta que insiste e intenta negar la posibilidad de encuentro con algo del registro de la concatenación significante y la responsabilidad que eso conlleva: hacerse cargo de sus actos de palabra.
El niño sordo, al adquirir el lenguaje en forma mecánica, se convierte en un mero repetidor, alejando todo tipo de subjetividad. A la manera del débil mental, es descripto en ocasiones como concreto, al no poder despegarse del sentido literal de la palabra, produciendo un discurso estereotipado y superficial. De este modo inhibe la función de la causa y se hace soporte de no-saber sobre el deseo que lo sostiene en el fantasma materno y al no poder preguntarse por la voluntad del Otro, se identifica y no logra separarse de los significantes del Otro, fundido, holofraseado.
Esta identificación le da identidad y respuesta a todo. “El débil mental se hace débil para sostener al Otro intacto como verdad de la cual el se hace su sirviente” (Pierre Bruno, “Al lado de la placa: sobre la debilidad mental”, en Traducciones 2, Fundación Freudiana de Medellín, Colombia).
La distribución del goce del cuerpo en el débil es diferente, se apasiona en “querer reservar lo verdadero a la mostración del cuerpo … El débil se presenta sin objetos, absolutamente desnudo”. Quizás, la misma mostración y desnudez que lleva al interlocutor a sentir cierta sorpresa y vergüenza cuando el sordo habla por ejemplo sobre cuestiones intimas sin pudor y/o conduce también a muchos terapeutas a sostener que el sordo “no reprime”.
Intervenciones
El deseo del analista, como operador, es lo que posibilitara jugar con el equivoco significante, al separar la falta de una función (la sordera) de la falta en lo real, (por efecto del significante y de la libido en tanto mito de la vida inmortal), entendiendo que el deseo es ese lugar circunscripto por la falta del Otro y esa falta no puede tapiarse con el significante “sordo”, lapidando al sujeto. Apuntando a determinar la causa del deseo y al poner en acto la realidad del inconciente – la transferencia, el deseo del analista, desde el lugar de causa, permitirá que el sujeto tome la palabra y hable; al convocarlo, al “escucharlo”, lo “habilita” a ser. En el trabajo con el sujeto, a través de la palabra, de la lengua de senas, del dibujo, del juego, del diccionario, del equivoco, es que se viabiliza “la transformación del goce en deseo, en el trabajo mismo del juego significante, del trabajo de vaciar de sentido al sintoma[18]” y de este modo, el grito, la queja, el dolor, el sometimiento al amo, se transforma en palabra/sena/significante; el sujeto no se “hace pelota”.
En la clase 5 del Seminario 11, Lacan ratifica la explicación que da Freud sobre la insistencia del juego del Fort-da, donde el nieto se hace agente, y de manera activa tapona el efecto de desaparición de la madre, que sufrió en forma pasiva. También hace referencia a la observación realizada por Wallon, y concluye que el juego es la respuesta que encuentra el niño frente al desamparo, a la ausencia de la madre, al modo de una “automutilación”. Interpreta que ese carretel que es tirado para volverlo a encontrar es el niño mismo, una parte que se desprende de él y se separa del Otro: “el carretel no es la madre reducida a una pequeña bola … es como un trocito del sujeto que se desprende pero sin dejar de ser bien suyo, pues sigue reteniéndolo… en el carretel, en el hemos de designar al sujeto, a este objeto daremos posteriormente su nombre de algebra lacaniana: el a minuscula[19]”. El Fort, se inscribirá como significante solo si algo del ser se pierde; la repetición le servirá para domesticar algo del displacer que esta en juego y si se trata de displacer, es a causa de la pulsión.
En la clase 18 del mismo seminario afirma que es una tontería pensar que solo se trate de la oposición fonemática fort-da, o de la función de dominio del objeto y añade “en los dos fonemas se encarnan propiamente los mecanismos de la alienación, que se expresan, por paradójico que pueda parecerles, al nivel del fort. No hay fort ni da y, por así decirlo sin Dasein. Pero precisamente … como fundamento radical de la existencia … no existe la elección. Si el pequeño sujeto puede ejercitarse en este juego del fort-da, es precisamente porque no se ejercita del todo, pues ningún sujeto puede captar esta articulación radical. Se ejercita con ayuda de una pequeña bobina, es decir, con el objeto a. La función del ejercicio con ese objeto se refiere a una alienación … mientras que la repetición indefinida en cuestión saca a luz la vacilación radical del sujeto”[20].
El juego del niño, el Fort-da, afirma Lacan, es el trabajo que el niño tiene que hacer: poner en juego algo de sí para separarse del Otro, en la medida que se confronta con el deseo del Otro, con la falta. Se trata de la “automutilación”, de lo que tiene que perder, para encontrar la salida de la alienación. Es en el carretel, atado por un piolín, donde se encuentra el je y la respuesta a la pregunta por el “qué soy”. Un dato clínico que observo con frecuencia es la dificultad que se presenta en este segundo momento de la constitución subjetiva en los niños sordos, por quedar alienados al significante “sordo”, al confundir los padres la perdida de audición con lo que un niño debe perder para que el goce no invada el cuerpo. Si el goce esta perdido para aquel que habla, en estos casos, cuando no toman la palabra, se fuerza el camino hacia una estructuración más del orden de la psicosis ordinaria y al pasaje al acto.
Por lo general, en los relatos casi no aparecen síntomas infantiles pero sí una larga historia de caprichos y muy poco interés por el futuro, por la vida. Inmersos en la queja (“no me hace caso” dicen los familiares, “no me escucha, no sabe” replica el adolescente sordo), solo aparece lo insoportable del malestar, el goce. Por eso, es sorprendente como ante las intervenciones que apuntan a señalar, a los niños o adolescentes sordos, que no todo tienen que mirar/escuchar, surge un efecto casi inmediato: decrece la angustia y se posibilita surgimiento del deseo.
Conclusiones
En base al recorrido realizado, desde la clínica como desde lo teórico, considero que son muchas las condiciones que pueden determinar como el déficit auditivo provoca lo que yo llamo el “aplastamiento del sujeto” y su relación con la debilidad mental. Sea por la pregnancia de la imagen, por la dificultad que presenta el déficit auditivo en el juego del fort-da, o por el “adiestramiento” para la adquisición de la palabra, o el “ser etiquetado” sordo como rasgo de identificación, o por ocupar en ocasiones el lugar de objeto de goce/deseo de la madre, o por los discursos médico y pedagógicos del lado de la ortopedia, considero que el déficit auditivo imprime, en ocasiones, ciertas marcas en la constitución del sujeto, que obstaculizan la operación de separación, el trabajo que el niño tiene que hacer: poner en juego algo de sí para separarse del Otro, en la medida que se confronta con el deseo del Otro, con la falta. Se trata de la “automutilación”, de lo que tiene que perder, para encontrar la salida de la alienación.
A modo de conclusión, considero que solo forzando al sujeto a salir de ese lugar identificatorio, interviniendo desde la posición de analista se podrá plantear la “habilitación” del sujeto, en lugar de una rehabilitación desde un modelo “normo oyente”.
NOTAS
[1] Comunicación presentada en 2010 en el marco del II Congreso Internacional con sede en Buenos Aires – IV Congreso Latinoamericano – V Congreso Nacional de Salud Mental y Sordera: “Intersubjetividad y Vínculos”. Facultad de Psicología Universidad de Buenos Aires.
[2] S. Freud, 25o Conferencia: La angustia (1917). Obras completas, tomo XVI – Pag. 371
[3] Lacan J. (1949) “El estadio del espejo como formador de la función del Yo, tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica”. Escritos I, Siglo XXI Editores, Mexico, 1984. Pag. 87.
[4] Lacan J. (1962/3) Seminario X: La angustia. Capitulo IV. Editorial Paidos, Argentina. Pag. 64.
[5] Rosmarin, Diana “El humor del sordo”
[6] Lacan, J. “Observación sobre el informe de Daniel Lagache”. Escritos II, Siglo XXI editores. México
[7] S. Freud, Más allá del principio del placer (1920)
[8] J. Lacan, Seminario 1 – Los escritos técnicos de Freud (1953/54)
[9] J. Lacan, Función y campo la palabra y del lenguaje de psicoanálisis (1953)
[10] Ibid.
[11] Ibid.
[12] J. Lacan, Seminario 11 – Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Pág. 204
[13] Ibid, Pág. 222
[14] J. Lacan, Seminario 4 – La relación de objeto (1956/7)
[15] J. Lacan, Seminario 11 – Los cuatro conceptos… Pág. 244
[16] Ibid, Pág. 246
[17] E. Laurent, El goce del débil – Niños en psicoanálisis, Ed. Manantial
[18] J. Aramburu, El deseo del analista – La ética y el deseo del analista – Ed. Tres Haches (1989)
[19] J. Lacan, Seminario 11 – Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis (1964)
[20] Ibid.
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